Me quedé callada, sabiendo que Mateo lo hacía a propósito.
—Pues llama a un chofer —le contesté.
Se puso más serio, mostrando claramente que estaba harto de esperar.
Se me aceleró el corazón a mil.
Con Camila era tan paciente... pero conmigo no aguantaba ni un minuto.
—¡Sube al carro ya! —ordenó.
Se recostó en el asiento, mirándome con esa impaciencia que gritar "no me hagas esperar más".
Quise negarme, pero no me atreví. Al final, di la vuelta al carro y me senté al volante.
Encendí el motor y pregunté:
—¿Dónde vives? Te dejo en tu casa y luego me voy a la mía.
Mateo me miró con esos ojos que parecen de hielo:
—¿Te gusta hacerme enojar?
—No es eso —respondí con sarcasmo—. ¿Te parece bien que el gran Mateo Bernard duerma en mi humilde departamento?
—¿Y qué tiene de malo? —dijo como si nada.
Se me saltó el corazón. Parecía que esta noche no me dejaría escapar.
¿Qué podía hacer?
Manejábamos despacio por la avenida. Con este ritmo, en media hora llegaríamos a mi casa.
Buscaba desesperadam