Ian Field, un hombre de 29 años con un atractivo innegable, esconde detrás de su elegante apariencia un pasado marcado por el dolor y las heridas abiertas. Su renuncia al amor de su vida lo ha convertido en un hombre frío, distante y de mal humor, que solo vive para su empresa, construida a punta de sacrificios. Pero su vida de aislamiento se ve interrumpida por un evento inesperado que lo pone cara a cara con su pasado, y con la mujer que nunca pudo olvidar: Amber Craig. Con 28 años, Amber es una mujer hermosa, inteligente y temeraria que está a punto de casarse con Joseph Carrington, heredero de una de las familias más ricas de Sídney. La reaparición de Ian en su vida desencadenará una tormenta de emociones y secretos que amenazan con destruir todo lo que Amber ha construido. ¿Podrá Ian recuperar el amor que perdió, o su pasado lo condenará a la soledad para siempre?
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Sídney, Australia
Ian
A pesar de resistirnos, hay amores que se quedan anclados en el alma como barcos varados en una orilla olvidada. Quizás porque nunca hubo un adiós real, solo un eco lejano de lo que pudo ser. Tal vez porque la herida sigue abierta, ardiendo con un dolor amargo con el que aprendimos a sobrevivir. O simplemente porque nos cuesta soltar, como quien aferra un puñado de arena, aunque se deslice entre los dedos. Nos aferramos a los recuerdos como si fueran un salvavidas en medio de un océano de soledad, con la absurda esperanza de que el pasado regrese y nos rescate.
Pero no es masoquismo. Tampoco es nostalgia romántica. Es algo más profundo, más cruel. Es el silencio que nos ahoga en lo que nunca fue, es el peso de la cobardía, es el miedo a olvidar. Su voz sigue taladrando mi mente, su risa aún resuena en mis noches, y su mirada dulce aparece en los sueños donde desearía quedarme atrapado para no enfrentar la realidad que me devora por dentro. Y su aroma… ese aroma a chicle y vainilla sigue impregnado en cada rincón de mi memoria, como un fantasma que se niega a desvanecerse.
Sí, nos aferramos a una caja de recuerdos llenos de promesas que jamás se cumplieron. Poemas ridículos que ahora suenan a burla, fotografías de dos jóvenes enamorados, palabras que hablaban de un futuro que nunca llegó. Un sueño hermoso que se desmoronó en mis manos, dejándome con este vacío que ni el tiempo ha sabido llenar.
Supongo que soy el mejor ejemplo del mal de amores. Dejé atrás a la mujer de mi vida, y no fue por dinero, ni por egoísmo, ni por cobardía. Fue porque la vida me puso a prueba y no encontré la forma de ganar. Desde aquella noche en que mi destino cambió, la herida sigue abierta, sangrando recuerdos, llenando mis días de arrepentimiento. Y me pregunto si pudiera volver atrás… ¿lo haría diferente? Quizás hoy Amber y yo estaríamos casados, con niños corriendo por una casa cuya hipoteca seguiría pagando, pero al menos sería feliz.
No como ahora. No como este hombre amargado, lleno de rabia y atrapado en una soledad que me consume cada noche. Ni siquiera el trabajo como vicepresidente comercial de una de las firmas más importantes de Sídney es suficiente. Es solo una maldita vida llena de lujos y dinero, pero sin ella, nada tiene sentido. Tanto que no tengo una relación real, y lo más cercano a un noviazgo es este acuerdo absurdo con Shirley. La morocha de ojos verdes que me persigue como un cazador acecha a su presa. No está enamorada de mí, como algunos ilusos creen, y yo no me aprovecho de ella como otros pueden pensar. ¡Por favor! Shirley es una de esas niñas ricas mimadas que disfrutan tener a los hombres a sus pies. La conozco desde la universidad, desde esa época en la que aún creía que la vida podía darme algo más que dinero y poder. Ahora, solo me queda el ruido ensordecedor de mi propia soledad y la certeza de que, aunque tenga el mundo en mis manos, sin Amber no tengo nada.
En fin, otra tarde de reuniones de trabajo que amenaza con extenderse hasta la noche. La sala de juntas está iluminada por luces frías, el aire pesado con el murmullo de voces y el eco de hojas pasando de mano en mano. Escucho atento al idiota lambiscón del Marketing, sus palabras empalagosas resbalan en mis oídos, mientras Parker, el de inversiones, me lanza un discurso mecánico sobre las proyecciones de utilidades del año. Quieren impresionarme, pero hoy no estoy de humor para lidiar con estos hipócritas.
Cierro de golpe la carpeta con un chasquido seco que corta el aire, la dejo a un lado y suelto un suspiro, sintiendo la tensión en mis hombros. Finalmente, dejo escapar mi voz, firme y sin paciencia:
—Parker, las proyecciones son especulaciones, cifras irreales. Lo que necesito son datos concretos. Así que dame un maldito informe en base a los últimos seis meses de ventas. Luego habla con el presumido de Lester y dile que deje de perder el tiempo con el negocio de Nueva York.
Parker traga saliva, tamborilea con los dedos sobre la mesa, pero asiente en silencio. Jeremy, en cambio, se revuelve en su asiento como si le hubieran pisado el ego.
—Jeremy no quiero que seamos el hazmerreír de la ciudad por tus brillantes ideas —mi voz suena con sarcasmo mientras lo miro fijamente, esperando su reacción.
Jeremy frunce el ceño, su pose ofendida se acentúa. Se inclina hacia adelante con indignación palpable y escupe sus palabras con voz teatral:
—¡Grosero! Me has llamado incompetente. En mi vida me han humillado de esta manera. ¡Esto es intolerable y lo hablaré con Raphael!
Su expresión de falsa tragedia, el ademán exagerado de sus manos, me resultan irritantes. Suelto una risa seca y lo encaro, clavándole una mirada gélida.
—Habla con quien puta te dé la gana, no me importa. Entiende que tú eres otro subordinado bajo mis órdenes, no soy uno de tus amigotes con los que estás acostumbrado a hacer berrinches —mi voz es grave, cortante, mientras me levanto del asiento.
La sala se sumerge en un incómodo silencio. Nadie se atreve a replicar. Miro a los presentes con hastío.
—Señores, si no hay más puntos a discutir, doy por terminada esta reunión. ¡Buenas tardes!
No espero respuesta. Avanzo con pasos firmes hacia la puerta, acomodándome el botón de mi saco. La abro con decisión y salgo, inhalando profundo, sintiendo que por fin puedo respirar lejos de estos parásitos. Pero apenas doy dos pasos cuando Beatriz, mi secretaria, aparece caminando a toda prisa, con el ceño fruncido y una libreta en la mano.
—Señor Field, llamó su… amiga Shirley para recordarle que hoy es la fiesta de su familia.
Me detengo en seco y le lanzo una mirada de fastidio.
—¿Hoy es la fiesta? —averiguo con mi voz irritada y ella asiente con paciencia infinita, ajustándose las gafas con un gesto cansado.
—Sí, señor Field. Desde hace dos días se lo vengo recordando y no hay manera de que pueda ausentarse —señala con su voz inquieta y aprieto la mandíbula, soltando un suspiro pesado.
—Gracias por recordármelo, Beatriz —respondo con resignación, retomando mi camino, sintiendo el peso de otra noche desperdiciada en compromisos vacíos.
Unas horas más tarde
¡Mierda! ¿En qué demonios estaba pensando al aceptar esta invitación? Las fiestas de la familia de Shirley son un desfile de superficialidad y aburrimiento, pero no tenía escapatoria. Peor aún, tuve que recogerla en su departamento y soportar su incesante queja sobre su "día fatal", como si ir de compras fuera una tortura para ella. Vamos, su clóset es más grande que mi pent-house. Tal vez exagero… o tal vez no.
Respiro hondo, preparándome psicológicamente para lo que seguro será una noche insufrible. Apago el motor frente a la majestuosa mansión de sus padres y me esfuerzo por esbozar una sonrisa antes de abrir la puerta. Paso frente al auto y, como dictan las normas del caballerismo absurdo en el que me veo envuelto, le ofrezco la mano para que baje.
Camino a la entrada sintiéndome como un condenado dirigiéndose a su ejecución, con la diferencia de que yo mismo elegí esta sentencia. Carraspeo levemente, ajustando mi máscara de cortesía justo cuando la enorme puerta se abre. Apenas han pasado dos segundos y ya estoy cara a cara con Benjamín, el padre de Shirley.
—¡Ian! —su voz es firme, su sonrisa cuidadosamente calculada para parecer hospitalaria—. Es un gusto volver a verte. Pasen adelante.
Me tiende la mano con esa cortesía impostada que no engaña a nadie. Le devuelvo el apretón con la misma frialdad.
—Hola, hija, te ves deslumbrante como siempre —añade, girándose hacia Shirley con una expresión de orgullo, besando sus mejillas con la precisión de alguien que sigue un guion preestablecido—. Tu madre está con los Wilson, cerca del jardín.
Shirley se sumerge en la multitud sin mirar atrás, ansiosa por mezclarse con sus amigos snob. Agradezco su repentina desaparición y aprovecho la oportunidad para deslizarme fuera del radar. Tomo una copa de champán de la bandeja de un mesero y me alejo por el pasillo, moviéndome con sigilo hacia la biblioteca. Al llegar, empujo la puerta con más fuerza de la necesaria, y entonces…Me congelo.
Frente a mí, de espaldas, hay una silueta inconfundible. Mis pulmones olvidan cómo respirar.
—¡¿Amber?! ¿Eres tú? —mi voz se quiebra con incredulidad, la copa en mi mano tiembla apenas perceptible.
Como si el tiempo se ralentizara, ella gira lentamente. Su rostro, al principio desencajado por la sorpresa, se transforma en una máscara de incredulidad y rabia contenida. Su mirada me atraviesa, helada y feroz.
—¡Ian…! —su voz está impregnada de una emoción que no alcanzo a descifrar. Luego, su expresión se endurece—. ¿Acaso esto es una especie de venganza? ¿Qué demonios haces en mi cena de compromiso?
Sus palabras son un puñetazo en el estómago. Un zumbido ensordece mis oídos. Intento tragar saliva, pero el nudo en mi garganta es un maldito puño de acero. Todo se tambalea: la habitación, el aire, mis pensamientos. No puedo responder. No puedo moverme. Solo puedo mirarla y ahogarme en la realidad brutal que acabo de enfrentar.
Unos siete años despuésMelbourneIanEn alguna parte escuché que somos adictos a los desastres, a lo caótico. Pero yo diría que, más que eso, es esa fuerza invisible que necesita el corazón para latir, ese pulso que nos empuja a vivir de verdad. Es ese instante que te cambia para siempre, cuando encuentras la magia en una persona que te eleva con un beso, con una mirada, que te rompe y te reconstruye al mismo tiempo. Y ahí, justo ahí, sabes que tu verdadera historia comienza.Sin embargo, lo más hermoso es ver cómo ese amor no se queda quieto, cómo no se conforma. Cómo crece, se transforma, se materializa con la llegada de los hijos… como una promesa cumplida, como la consolidación de dos almas que un día se eligieron y ahora ven cómo su amor se vuelve eterno en otros corazones.Claro, los hijos también traen su propio caos, su revuelo, sus noches sin dormir y momentos de miedo, de dudas. No hay manuales para esto. No hay un camino perfecto.Pero cada día es una aventura, un acto de
Unos meses despuésMelbourneAmberHay quienes tiemblan ante la palabra “matrimonio”, como si atarse a otro fuera perderse a uno mismo. Como si un anillo o un papel pudieran encarcelar lo que no es genuino. Pero si hay amor verdadero, el matrimonio no es una trampa, ni una obligación: es un salto valiente hacia algo más grande. No es solo jurarse amor frente a otros o firmar un contrato para calmar al mundo. Es mucho más íntimo que todo eso. Es elegir, cada día, a la persona que te sostiene cuando todo lo demás se derrumba. Es apostar con todo el corazón, incluso sabiendo que a veces la vida juega sucio.El matrimonio es aprender a bailar bajo las tormentas, sin importar si el cielo amenaza con venirse abajo. Es besar los "no puedo" y transformarlos en "sí podemos". Es dejar que sus sueños se enreden con los tuyos hasta que ya no sepas distinguir dónde terminan los de uno y empiezan los del otro. Amar así —de manera intensa, a veces alocada, a veces ciega— es un acto de fe, una locura
El mismo díaMelbourneIanPocos tienen la dicha de tener una segunda oportunidad con la persona que aman. Es casi un espejismo poder conseguirlo, como un oasis en medio del desierto, algo que ves a lo lejos y temes que al acercarte desaparezca. Pero cuando sucede, cuando de verdad sucede, nos ilumina la vida entera. La sonrisa tonta se dibuja en nuestros labios sin que podamos evitarlo, el pecho se nos infla de emoción, porque al fin salimos de esa oscuridad silenciosa en la que habíamos estado viviendo. Porque al fin volvemos a vivir.Esa es la magia del amor: nos sana, nos libera, nos hace soñar de nuevo. Nos empuja a creer en todo lo que una vez creímos perdido. Y entonces, casi sin darnos cuenta, queremos quedarnos ahí, atrapados en esa burbuja luminosa, intentando protegerla del mundo, como si pudiéramos recuperar el tiempo perdido abrazándola fuerte entre las manos.Pero el amor verdadero no se trata solo de quedarse en esa burbuja. Se trata de algo más profundo, más real. Más
Tres semanas despuésSídneyAmberArrinconar a tu enemigo tiene sus ventajas, pero también es un riesgo. Nadie sabe cómo reacciona un hombre acorralado con la verdad desnuda frente a sus ojos. Algunos se vuelven bestias heridas, sacando garras y colmillos en un intento desesperado de defenderse. Otros atacan con una violencia ciega, sin importar a quién arrastren en su caída. Y luego están los que parecen rendirse… en apariencia. Silenciosos, agachando la cabeza, mientras su mente ya trama la próxima traición.La realidad es más cruda de lo que enseñan los libros: lograr la rendición en paz es una ilusión. La mayoría, cuando se ve expuesta, no se entrega. Se retuerce, muerde, sangra si hace falta. Porque su esencia —ruin, corrupta, venenosa— no sabe morir en silencio. Solo sabe causar daño hasta el último suspiro. Y es ahí donde entiendes que la verdadera victoria no es verlos caer… Sino ser capaz de seguir adelante, dejando su miseria atrás.Joseph era una combinación peligrosa de es
El mismo díaSídneyIanSupongo que cuando estás tan cerca de algo que parecía imposible, cuesta creerlo. Te vuelves escéptico. Sientes que, en cualquier momento, todo puede desmoronarse, que un solo error puede arruinarlo todo. Porque cuando te acostumbras a que todo salga mal, a vivir con el cuerpo tenso y el alma en alerta, ya no sabes cómo reaccionar cuando, por una vez, las cosas empiezan a salir bien. No quieres ilusionarte. No quieres bajar la guardia. Sientes que, si lo haces, todo se va a perder. Que tu pequeño castillo de naipes puede derrumbarse con una brisa, y que, si eso pasa, el dolor será tan brutal que no habrá manera de detenerlo. Porque esas heridas que apenas empiezan a cicatrizar pueden volverse más profundas, más permanentes.Pero entendí algo. No todo en la vida es miseria. No todo está condenado al fracaso. A veces, aunque no lo creas, te toca ganar. Te toca ver justicia. Te toca tener el control. Y eso no es suerte… es el resultado de resistir, de hacer lo que
Al día siguienteSídneyAmberTrampa, anzuelo, carnada… no importa cómo lo llames, el fin es siempre el mismo: atrapar a tu presa. Pero para eso, primero debes estudiarla, diseccionarla en silencio. Conocer sus debilidades, sus gustos, sus aficiones más banales. Ese pequeño hilo invisible del que tirar sin que lo note. La clave está ahí: hacerlo irresistible.Y si eso implica pararte justo al borde del abismo, coquetear con el riesgo, vender una mentira tan pulida que hasta tú por momentos te la creas… entonces lo haces. Sin pestañear. Porque esto no es un impulso, se requiere de cálculo. De cada palabra dicha con el tono perfecto. De cada mirada que no delate el asco. De cada caricia que no tiemble, aunque por dentro te estés deshaciendo.Una trampa bien puesta es un acto quirúrgico. Sin adornos. Sin excesos. Porque si exageras, pierdes. Y aquí no hay margen para errores. O lo entierras para siempre… o te arrastra con él.No había mejor trampa que una despedida de soltero para que ca
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