A Ryan ya ni le importaba lo que yo pensara. Le dijo al mesero:
— Quiero un filete al carbón, y también…
Seguía pasando páginas del menú como si tuviera una tarjeta sin límite.
Me empezó a desesperar. ¡De veras iba a pedir también ese vino de quinientos dólares!
De un tirón, le bajé el menú y le hablé directo al mesero:
— Nada de filete al carbón. Vamos a pedir otra cosa.
— Aurora… —Ryan me miró con fastidio, como si yo fuera la que arruinaba todo.
Y para completar la escena, el mesero me lanzó una mirada seca, como si le diera flojera atender a gente como yo.
Camila sonrió, con esa cara que usaba cuando quería aplastarte sin ensuciarse las manos, y le dijo al mesero:
— Vale, tráiganlo igual. Que traigan el filete al carbón.
— Perfecto, por favor, esperen un momento —dijo el mesero antes de irse.
Cuando se alejó, Ryan suspiró como si acabara de salvarse de una catástrofe.
Camila me miró con esa sonrisa que no se le movía ni un centímetro, y con tono de “te estoy haciendo un favor”, dij