Mundo de ficçãoIniciar sessãoAlía estaba furiosa.
Aunque sabía que no quería ese matrimonio, también comprendía que era lo mejor para todos. O al menos eso intentaba repetirse una y otra vez para no romperse en pedazos.
Pero, por dentro, todo se desmoronaba. Quería llorar, gritar, escapar de esa vida escrita por otros.
Su carrera como actriz estaba en su punto más alto; los medios la amaban, los productores la buscaban, y el público la adoraba.
Era su momento. Sin embargo, la palabra esposa trofeo flotaba como una sombra sobre su cabeza. Sabía que Samuel jamás le pediría abandonar su profesión, pero también sabía que, al casarse con él, el mundo la vería como algo más que una artista: la verían como “la esposa del magnate”.
Intentó hablar con sus padres. Rogó, suplicó, lloró.
Nada cambió. La decisión estaba tomada, y su voz no tenía poder.El mundo se le iba de las manos.
—¡Hey, Alía, querida! —la voz de Talía, su mánager, la sacó de sus pensamientos—. Esta es la nueva novela que vas a protagonizar. Se trata de una mujer que cree haber perdido al amor de su vida por culpa de su hermanastra viciosa. Una historia intensa, justo lo tuyo.
Alía solo asintió, perdida. Tenía el guion en las manos, pero su mente viajaba lejos. Recordó la última vez que vio a Samuel.
Esa mirada azul, serena y profunda.
Esa sonrisa que parecía iluminar cualquier habitación. Y el modo en que la observaba, como si no existiera nada más.Se sonrojó sin notarlo, reviviendo aquel instante en el que, por primera vez, su corazón titubeó.
—¿Alía? —preguntó Talía, al verla ruborizada—. ¿Te sientes bien?
—No… no pasa nada. Solo… hace calor hoy —respondió la joven, incómoda.
Talía arqueó una ceja.
Estaban en exteriores, en plena estación de otoño, a unos quince grados. Si eso era calor, entonces el infierno debía estar congelado.
—Nena —dijo con una sonrisa socarrona—, o te estás volviendo loca… o alguien te está volviendo loca.
—Puedes dejar de decir tonterías, ¿sí? —bufó Alía—. Es increíble, ahora tú también me hablas de él.
Samuel.
No podía tener un solo día de paz sin escuchar ese nombre.. . .
Mientras tanto, en su oficina, Samuel Anderson no lograba concentrarse.
El día de la boda se acercaba y el nudo en su estómago crecía. Había enfrentado reuniones multimillonarias, negociaciones internacionales y competidores despiadados… pero nada lo había puesto tan nervioso como pensar en ver a Alía vestida de novia.Un suave golpe en la puerta lo hizo reaccionar.
—Adelante.
Su secretaria, Adela, entró con paso firme y una carpeta en las manos. Era una mujer de unos cincuenta y tantos años, con un aire sereno y una mirada bondadosa. Desde que su hijo y su nuera murieron en un accidente, Samuel le había ofrecido trabajo en su empresa.
Gracias a ella, la oficina siempre parecía en orden, y todos la querían. Incluso había impulsado la creación de una guardería para los empleados con hijos pequeños o nietos a su cargo.
—Señor Anderson, tiene reunión a las diez con los Smith, para discutir el nuevo centro comercial en Gran Plaza. La sala está lista —informó Adela.
—Perfecto. Gracias, Adela. Avísame cuando lleguen.
Ella asintió y se marchó con su típica elegancia.
Samuel tomó su teléfono y, sin pensarlo, escribió:~Hola, querida Alía. Espero que hoy tengas un buen día.~
Era una costumbre que mantenía. Todos los días, sin falta, le enviaba un mensaje: un saludo, un recordatorio para comer, o simplemente un “buenas noches”.
Desde que notó que Alía solía saltarse comidas cuando estudiaba guiones, se había convertido en su manera silenciosa de cuidarla.
Esta vez, para su sorpresa, el teléfono vibró casi de inmediato.
~Gracias, tú también ten un buen día, Samuel.~
Una simple respuesta, pero para él significaba un mundo.
Meses enteros sin que ella le dirigiera una palabra amable, y ahora eso. Una chispa de esperanza encendió su pecho.. . .
Horas después, los titulares llenaban cada portal de noticias:
“Hoy se casa el multimillonario Samuel Anderson con la actriz del momento, Alía Klau.”
Era oficial. No había vuelta atrás.
Por más que quisiera huir, llorar o gritar, ya no podía dar un paso hacia atrás.
Su destino estaba sellado.
—¿Alía, mi pequeña, ya estás lista? —preguntó su madre, Mía, entrando en la habitación.
Se veía radiante. A sus 49 años conservaba la elegancia y energía de siempre. Su cabello rubio y su sonrisa perfecta eran el reflejo de una mujer acostumbrada a brillar.
—Mamá… —susurró Alía— ¿por qué tengo que hacer esto?
La pregunta que llevaba repitiendo desde el primer día.
¿Acaso no tenía derecho a decidir por sí misma? ¿A enamorarse por amor y no por conveniencia?—Hija —dijo Mía con ternura—, ahora no lo entiendes, pero pronto verás que los padres no hacen daño a sus hijos. Lo que hacemos, lo hacemos por su bien.
Esa frase, tan repetida, tan vacía, la hizo apretar los dientes.
¿Por su bien o por el suyo?—Conoces a Samuel, sabes que nunca te faltará al respeto ni te hará daño. Es un buen hombre, Alía —insistió su madre.
La joven solo suspiró y asintió. Sentía un torbellino en el estómago.
Bajó las escaleras del brazo de su padre, Anthony Klau. Alto, imponente, con el cabello ya cubierto de canas, pero con la misma firmeza de siempre.
—Te ves preciosa, hija —dijo con voz grave y dulce.
—Gracias, padre. Sé que lo haces por mi bien —murmuró, aunque en su interior esa frase dolía.
La ceremonia sería en la terraza de la mansión.
Su madre, amante de las rosas, había hecho de aquel lugar un paraíso. Arcos cubiertos de flores, luces tenues, un altar de cristal. Todo era perfecto, demasiado perfecto.Los invitados esperaban con sonrisas falsas. Estaban las “víboras” amigas de Mía, los socios de Samuel y de su padre, algunos actores y productores, y su mejor amiga, Sofía, que le enviaba miradas de ánimo desde la primera fila.
Y entonces lo vio.
Samuel.El aire se escapó de sus pulmones.
Llevaba un traje negro impecable, el cabello ligeramente despeinado y esa mirada azul que parecía leerle el alma. Estaba tan guapo que dolía.“Un cachorro con cuerpo de pecado”, pensó para sí, reprimiendo una sonrisa. Si él supiera cómo lo acababa de comparar, seguro frunciría el ceño.
Su padre se giró hacia Samuel antes de entregarle su mano.
—Cuídala, Anderson. Es mi mayor tesoro.
—Lo haré con mi vida, señor Klau —respondió Samuel con absoluta sinceridad.
El silencio se hizo mientras el sacerdote hablaba.
—Estamos aquí reunidos para unir en matrimonio a esta hermosa pareja… Samuel Smith Anderson, ¿aceptas a Alía Sofía Klau como tu esposa, para amarla y respetarla en la salud y la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, hasta que la muerte los separe?
—Acepto —dijo él sin dudar.
Su voz sonó firme, segura, llena de convicción.
—Alía Sofía Klau, ¿aceptas a Samuel Smith Anderson como tu esposo, para amarlo y respetarlo…?
Alía tragó saliva.
Todo se detuvo. El murmullo de los invitados se desvaneció. Su corazón latía con fuerza.¿De verdad quería esto?
Samuel la miró. Esa mirada dulce, comprensiva, como si supiera lo que pasaba dentro de ella. Y en ese instante, al ver el brillo de sus ojos, algo cambió.
—Acepto —susurró.
Y el azul de los ojos de Samuel volvió a brillar.
—En virtud de la autoridad que se me concede, los declaro marido y mujer. Puede besar a la novia.
Samuel se acercó lentamente.
Ella contuvo la respiración. Sus manos sudaban. Pero él no fue hacia sus labios. La besó en la frente, suave, reverente, como si tocara algo sagrado.Ese gesto la desarmó.
Sintió cómo sus mejillas ardían, cómo su corazón se desbocaba. Y mientras él le sonreía con ternura, solo pudo pensar:Estúpido Samuel Anderson…







