Leonardo sonríe dichoso al ver a la familia Brown en la ceremonia. Lo que más le agrada es ver a esa mujer vestida de blanco desafiando por completo a la novia. Le encantaría ver la cara de su nieto al darse cuenta de que ellos están aquí.
Obviamente, él sabrá que fue él quien orquestó todo esto, pero no le importa; sabe que él no es capaz de desafiarlo y, sea lo que sea que haga, no tendrá consecuencia alguna.
—Señor —lo llamó uno de los hombres de seguridad.
—Sí —contestó él con seriedad.
—La señorita Valenzuela ya está aquí y lo espera para entrar —mencionó el hombre.
—Está bien, iré para allá.
Le hace una señal con la mano para que se vaya. El hombre obedece. Leonardo le da un último trago a su copa y se pone de pie. Acomodamos por última vez su corbata. Y sale de la habitación. No se encuentra feliz de acompañar a esa mujer, pero ya se había comprometido; además, al no tener quién la entregue, todo el peso recae sobre él.
Sin tener muchas opciones, se dirige haci