Kevin regresó a su departamento con el peso de sus propias decisiones martillándole en la cabeza. Se había comprometido, aun estando casado con la mujer que decía odiar. Que ilógico era eso a su parece. En su interior sabía que aquello no era amor, era un castigo. Quería que Eva sufriera, que pagara con creces todo el dolor que él creía que le había causado en el pasado. Si ella había destrozado su vida, entonces ahora sería él quien destrozara la suya.
Los días continuaron su curso como una maquinaria que no se detiene. Aquella mañana Kevin decidió visitar a su padre, a quien en los últimos meses apenas veía lúcido. Para su sorpresa, ese día el hombre parecía tener un poco más de claridad. Sonrió al verlo entrar, lo saludó con un gesto paternal que casi lo hizo retroceder en el tiempo, cuando las cosas eran simples, cuando su vida aún no estaba contaminada de odio y rencores.
Conversaron durante horas, riendo incluso de anécdotas pasadas. Fue un respiro para Kevin, una pausa en la to