En el fondo, Raina sabía que esa pregunta sobraba.
El día que Selena le entregó el collar de su madre, también soltó gran parte del rencor que llevaba encima. Con ese gesto, le dejó claro que, si algún día quería buscar a ese hombre, no iba a reprocharle nada.
Aun así, Raina necesitaba escucharlo de viva voz.
La muerte de su madre había sido la herida más profunda en la vida de Selena. Durante años, ese dolor agudo tenía nombre y apellido: el de aquel hombre.
Más de una vez, Raina había llegado a pensar que, en el fondo, su abuela también podía guardarle algún resentimiento.
Después de todo, si ella no hubiera nacido, su madre no habría muerto en el parto. No habría perdido a la hija que más amaba.
Pero Selena quería demasiado a su hija como para odiar a la nieta. Todo lo que pudo haber sido reproche lo convirtió en cariño. La quiso así, sin filtros ni condiciones.
—Qué cosas dices, tonta —sonrió Selena con ternura—. Si a mí me molestara, no te habría dado el collar ni te habría conta