—¿Qué pasa?
Apenas salieron del campo de visión de la abuela, Raina volvió a ponerse su armadura. No quedaba ni rastro de la dulzura de hace un momento.
La mano de Iván seguía apoyada en la curva de su cintura. Era tan delgada, tan suave, que contrastaba con la dureza que ella llevaba por dentro.
—Nada —respondió él, con ese tono despreocupado de siempre.
Raina conocía el sanatorio de memoria. Al rodear un pequeño pabellón, supo que desde ahí su abuela ya no podía verlos. Entonces apartó la mano de Iván.
—Si no pasa nada, ¿para qué viniste a buscarme?
—¿Y qué? ¿No puedo venir por ti porque sí, mi esposa? —remarcó esas últimas palabras a propósito.
Le estaba recordando el papel que les tocaba jugar frente al mundo.
Está bien. Mientras ese matrimonio existiera, ella cumpliría con su papel. Ni más, ni menos.
—Claro que puedes —asintió Raina, cortante.
Esa respuesta tan seca le arrancó una sonrisa a Iván.
—Raina, ¿no se te estará olvidando nuestro trato?
—¿Mm? —respondió ella, como si cad