—Raina, ¿de verdad eres tú?
La voz le dio de frente, sacándola de sus pensamientos. Una mujer de cabello entrecano se detuvo a unos pasos, con una mezcla de asombro y alegría pintada en la cara.
Raina, que se había quedado tiesa como una tabla, sintió cómo la tensión empezaba a cederle poco a poco, aunque el nudo en la garganta no la dejaba articular palabra.
—Rita... —alcanzó a decir apenas.
—Soy yo. Pensé que ya ni te acordarías de mí —dijo Rita, tendiéndole la mano, con esa postura firme que siempre había tenido cuando entrenaba.
Raina estiró la suya, todavía algo torpe.
—¿Cómo no me voy a acordar?
Rita no había sido solo su entrenadora de clavados. Había sido la persona que más tiempo pasó con ella y con Celia durante aquellos años de gloria y sudor.
Para Raina, fue casi una madre.
Pero después de lo que pasó, cortó todo contacto.
Jamás se le pasó por la cabeza que volvería a cruzársela. Y mucho menos ahí, en un lugar así.
—¿Qué haces aquí, Rita? —preguntó al final, buscando ganar