Entre la espada y la pared (1era. Parte)
Al día siguiente
Londres
Prisión del estado
Blake
Siempre decía que la lealtad era efímera. No existía. Todos tenían un precio. Algunos se vendían por dinero, otros por conveniencia, y al final, todo se resumía en un eco de traición. Y aunque Ronald había mostrado —o fingido— lealtad en su momento, nada me terminaba de convencer. Había algo distinto en su mirada, una fibra humana que lo traicionaba, y esa fibra… era David.
Ronald ya estaba allí, con esa calma suya que más parecía burla. No había rastro de miedo en él. Finalmente, su voz emergió por el teléfono.
—Blake, tanto tiempo libre te tiene perturbado… o tal vez buscas una forma de aplacar tu culpa por haberle disparado a tu propio hijo. —Exhaló despacio, casi con pena—. David está muerto.
Lo observé, intentando encontrar una grieta en su máscara.
—Para unos cuantos idiotas —dije con voz baja—. Pero ambos sabemos que armaste una escena perfecta para ese espectáculo delante de la policía… la sangre, la bala de salva, el pulso cas