Nosotros (1era. Parte)
Unos días después
Puerto Escondido, Baja California Sur, México
David
En esas charlas donde todo fluía, donde solo hablaba de cosas banales con mi mujer, había momentos en los que la sinceridad nos golpeaba sin aviso. Bastaba un gesto, un silencio, o esas pequeñas confesiones que uno suelta sin pensar. Y yo… yo había empezado a prestar atención. A esos detalles mínimos que son esenciales para terminar de conocer de verdad al otro. Eran más que anécdotas de su trabajo o de su vida. Eran verdades disfrazadas.
Hubo una que se me quedó grabada. La dijo medio en broma, medio en serio, mientras se acomodaba el cabello detrás de la oreja:
—Puedes dar mil razones, David, pero ninguna servirá… porque actuamos en función del corazón. Si el otro lo ve, ya tendrás medio camino recorrido.
Ella hablaba como abogada, como si estuviera frente a un caso, pero no era una estrategia. Era una realidad. Si puedes empatizar, si el otro puede ponerse en tu zapato, tal vez pueda comprenderte.
Y lo ente