No miraré atrás
No miraré atrás
Por: Maca Fonsi
Capítulo 1
Cuando Aitana Montes se sentó en el banco de espera del hospital, todo su cuerpo aún temblaba por el miedo, porque se había encontrado con un pervertido.

Ese día, había hecho horas extras hasta tarde. Llena de cansancio, llegó a su departamento alquilado y estaba a punto de abrir la puerta con la llave, ¡cuando de golpe un tipo le tapó la boca y la nariz desde detrás! Se debatió desesperada, pero fue arrastrada a la salida de incendios.

—Hueles muy bien, lindura.

Esa voz masculina de tono tan repugnante le puso toda la piel de gallina. Por el impulso de terror, agarró al cabrón y ambos se lanzaron por las escaleras.

Le sonrió la suerte a ella, porque solo le quedaron ciertos raspones, mientras el acosador se golpeó la cabeza. Cuando el tipo quedó inmóvil en el suelo, aprovechando la oportunidad, pudo escapar del lugar.

Después de hacer su respectiva declaración en la comisaría, fue al hospital sola. En el camino, revisó su celular con frecuencia, pero, aparte del mensaje que había enviado a Enzo Castro hacía horas, no había recibido ninguna nueva conversación en el chat.

—¿Señorita Montes? —la saludó de repente una voz con sorpresa.

Aitana levantó la cabeza y vio al asistente de Enzo, Andrés López, quien parecía que estaba muy sorprendido:

—¿Qué le pasó?

—Me metí en un problema —le respondió ella, intentando sonreírle un poco. Sin embargo, al mismo tiempo, vio a una pareja en una postura íntima detrás de él: Enzo, vestido con un traje negro, abrazaba cariñoso a una joven delicada por los hombros que se apoyaba en su pecho. Él estaba protegiéndola.

Claro, Enzo también la vio, y le preguntó:

—¿Por qué te metiste en esta situación?

Aitana, una belleza que por lo general mostraba un aire sereno y distante, ahora tenía todo el cabello desordenado sobre los hombros. Su traje blanco estaba cubierto de manchas de sangre y polvo. En su frente pálida, aún se veían rasguños frescos.

Aitana lo miró fijamente a los ojos y le devolvió la pregunta:

—Te envié el mensaje. ¿No lo viste?

—¿Qué mensaje…?

Justo cuando Enzo estaba a punto de sacar su celular para revisarlo, la joven a su lado, Rocío Fernández, soltó un leve grito de dolor:

—Enzo… Me siento muy mal…

La actitud del hombre se suavizó de inmediato para tranquilizarla:

—Te llevo al doctor.

Mientras tanto, le ordenó a Andrés:

—Quédate aquí y cuida a Aitana.

Aitana apartó decepcionada la mirada, sin decir nada. Cuando los dos se alejaron, Andrés intentó explicarle a Aitana:

—Señorita, hoy es el cumpleaños de la señorita Fernández y el jefe fue a asistir a su fiesta. Como ella se sintió mal del estómago por el alcohol, el jefe la trajo al hospital… Espero que no lo malinterprete…

Ella lo miró calmada:

—No tienes por qué explicármelo. No soy nadie importante para él.

Percibiendo la tensión, Andrés enseguida se calló. Cuando se dio cuenta, Aitana había entrado en la consulta del doctor.

Sus lesiones no eran graves. La más seria de todas estaba en la pierna, pero no había fracturas, solo una lesión en el tejido blando. Como había moretones en otras partes de su cuerpo, el doctor le dio algunos medicamentos tópicos.

Al salir de la consulta, ella vio a Enzo apoyado pensativo en la pared del pasillo. Parecía que Rocío se había ido, junto con la costosa chaqueta del hombre. Ahora solo vestía una camisa blanca, a través de la cual se podían ver la nuez bonita y también los huesos delicados de su pecho. Estaba revisando el mensaje de Aitana:

[Alguien me está siguiendo. ¿Podrías venir por mí?]

Se sorprendió bastante:

—¿En serio te encontraste con un tipo pervertido?

—Tal vez por la mala suerte —le respondió Aitana, con la cara distante como siempre.

Solo ella sabía que casi había muerto de miedo. Al recordar el terror y la desesperación que había experimentado, su cuerpo empezó a sudar, aunque ahora se mostró serena frente a Enzo.

El hombre se le acercó, acomodando con ternura su largo cabello desordenado. Sus dedos rozaban ligeramente su mejilla, como si estuviera reconfortándola.

—¿Estás bien? —le preguntó con una expresión bastante preocupada.

Aitana desvió la vista, y luego volvió a oír la voz:

—O, ¿ya estás sucia?

Al instante, la mirada de Aitana se llenó de una profunda decepción e incredulidad. Apartó la mano de Enzo con fuerza.

—¿Estás enojada? —le preguntó el hombre con un tono algo despreocupado—. Hoy es el cumpleaños de Rocío, no puedo arruinar su día tan importante. Y… no esperaba que te hubieras encontrado con un pervertido de verdad.

Aitana le lanzó una sonrisa sarcástica:

—Claro. Fue la culpa del pervertido. No eligió un buen día para atacarme y arruinó preciso su maravilloso tiempo. ¿Verdad?

Al escucharlo, Enzo reveló un leve desagrado:

—Si estás todo bien, me voy.

Dicho esto, se fue sin mirar atrás.

Aitana, con una pierna herida, fue a recoger su medicina sola. Cuando estaba a punto de irse del hospital, Andrés la detuvo, pero no se atrevió siquiera a mirarle a los ojos.

—Señorita, el jefe le reservó una cita con otra doctora —le dijo.

—Ya vi al doctor —respondió Aitana confundida.

Andrés la llevó a la consulta de ginecología, y Aitana finalmente logró entender la intención de Enzo. Mientras, escuchó la voz de Andrés que venía desde atrás:

—Señorita, es una orden del jefe. Por favor, no me ponga en una situación difícil…

Aitana no lo miró, pero en sus brillantes y bonitos ojos brillaba el sarcasmo.

—Si él necesita que yo me haga el examen, lo haré. Dile que quiero el paquete VIP más completo del hospital —le dijo Aitana y luego añadió —, y el más costoso, por cierto.

***

Al salir del hospital, Aitana hizo una llamada a Enzo y pronto la llamada se conectó.

—Señor Castro, si quiere saber si el pervertido me violó, podría pregúntamelo directamente. ¿No crees? No tiene que complicar las cosas, malgastando tanto dinero como tiempo para eso—lo cuestionó Aitana con una voz indiferente.

Hubo un momento de silencio en la línea, y luego llegó la voz suave y melodiosa de Rocío:

—Pues… Enzo está en la ducha. ¿Ha habido algún malentendido entre ustedes?

En esa noche de otoño, Aitana se quedó inmóvil en la calle vacía por la sorpresa, sintiendo cómo el viento frío atravesaba su chaqueta delgada, helándole su estrujado corazón.

Aun así, no mostró ningún cambio de emoción en su firme voz:

—No, nada. Dile a Enzo que él me da asco.

Cortó la llamada.

Al otro lado de la línea, al escuchar el sonido de la puerta del baño, Rocío dejó de lado el celular de inmediato.

Enzo, el hombre de cara impecable, salió del baño secándose el cabello. Con solo una mirada, entendió enseguida todo. Le preguntó:

—¿Quién me llamó?

—Fue una llamada de Aitana —le respondió Rocío con una sonrisa inocente—. Parece que no estaba de buen humor. Dejó unas cuantas frases y colgó la llamada de repente. Enzo, creo que debes llamarla. Me dijeron que han sido amigos desde pequeños. Por lo tanto, debes reconfortarla un poco.

Sin prisa alguna, Enzo le dijo:

—No hace falta. Ella es mucho más fuerte de lo que imaginas.

Mientras hablaba, recogió despreocupado su chaqueta y la puso sobre el brazo.

—Me voy. Allí está la medicina para el estómago. No olvides tomarla —le recordó cariñoso.

Rocío mantenía la sonrisa linda y gentil:

—De acuerdo. Lo siento mucho por haber derramado la leche sobre ti y que hayas tenido que quedarte aquí tanto tiempo.

—No te preocupes por eso. Que descanses —le dijo Enzo acariciando el cabello de la joven.

Apenas cruzó la puerta, recibió enseguida un mensaje de Andrés. Era el resultado del chequeo ginecológico: Aitana seguía siendo virgen.

Alzó su rostro, y las molestias finalmente se disiparon.
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