Capítulo 7
Aitana escuchó cómo su corazón se rompía en mil pedazos. Catarina casi enloqueció de furia y lo interrogó:

—Entonces, ¿por qué te tragaste todas esas basuras? ¿Por qué no se lo dijiste a todos antes?

Enzo también se enfureció, desprendiendo un aura aterradora:

—¡Basta! Escucha, Catarina. Ahora estás en mi oficina. ¡Deja de armar más líos!

En el pasado, Catarina también le temía, pero ahora estaba tan furiosa que era imposible que se echara para atrás. Se arremangó y apartó a Andrés de un empujón, intentando golpear a Enzo.

Enzo llamó enseguida a seguridad. Poco después, los guardaespaldas de Enzo sujetaron con brusquedad a Catarina para llevarla fuera. Aitana se interpuso, protegiéndola:

—¡Suéltenla!

Miró hacia Enzo y habló firmemente:

—Si te atreves a lastimar a Catarina, ¡haré todo lo posible para luchar contra ti! He sido tu asistenta personal durante tantos años y sé todo sobre lo que sucede a tu alrededor. No querrás que mañana aparezcan noticias negativas sobre tu empresa, ¿verdad?

—¿Me estás amenazando? Si te atreves a filtrar los secretos de la empresa, ¡podré enviarte a la cárcel!

—Si lastimas a Catarina, ¡lo haré sin importar el precio que deba pagar!

Aitana miró a Enzo con ferocidad. Parecía una pequeña bestia herida, con sus ojos llenos de desconfianza, rabia y desafío. Aitana nunca lo había observado así y esa mirada le causó molestias a Enzo.

—¿Insistes en defenderla? —la preguntó.

—Sí —ella le respondió decidida, pero con voz algo entrecortada—, porque solo ella me protegió.

En el fondo de la mente de Enzo, una ola de recuerdos lo golpeó con ferocidad. Recordó que él también había prometido que la protegería para siempre… Eso lo irritaba más.

—¡Lárgate de aquí de inmediato con ella! —exclamó.

Catarina, furiosa, también le gritó:

—¡Ya estábamos listas para irnos! Si no fuera por todo el escándalo que armaste, ¡nunca habríamos regresado a este maldito lugar que le trajo mala suerte a Aitana! ¡Aitana! ¡Vámonos!

Tomando de la mano de Rocío, Enzo entró en la oficina y cerró la puerta de un portazo.

Aitana se quedó aturdida en su lugar, sintiendo que este portazo era como una cachetada dada en su apesumbrado rostro… Todos los empleados fingían concentrarse en su trabajo, pero no podían evitar mirar a las dos jóvenes de vez en cuando.

Antes de este día, todos pensaban que Aitana definitivamente sería la futura esposa de Enzo. Sin embargo, la cosa había cambiado de forma radical…

***

Cuando ellas salieron del edificio, Catarina seguía echando pestes contra Enzo:

—¡Ese maldito hijo de puta! Ni siquiera es un canalla, ¡es pura escoria ciega como un topo! ¡Abandonó a una belleza como tú para proteger a esa miserable zorrita! ¡Esa malnacida de Rocío ya huele a falsedad desde lejos!

Aitana no dijo nada al respecto, solo la siguió y subió al auto. Incluso cuando conducía, Catarina no dejaba de maldecir a los dos desagradecidos. Mientras, Aitana solo se sentó allí silenciosa en la parte trasera, tranquila y distraída, mirando por la ventana cómo pasaba el paisaje hacia atrás.

Nunca había pensado que su relación con Enzo terminaría de esa forma, pero, el resultado también parecía ser razonable. Desde el principio, ella y Enzo habían venido de dos mundos totalmente diferentes.

Su papá había sido el guardaespaldas de la familia Castro, y su mamá, la sirvienta de la misma. Su familia era sencilla, pero muy feliz.

No obstante, esa felicidad no duró por mucho tiempo. Cuando ella tenía seis años, su papá murió apuñalado mientras protegía al abuelo de Enzo. Su madre, devastada por lo sucedido, se suicidó con pastillas en el día del funeral de su esposo. Murió así en la cama abrazando una foto de él.

Preocupada por su imagen pública, la familia Castro decidió "adoptarla". Pero, la supuesta adopción solo significaba que la dejarían vivir en el pequeño cuarto que antes ocupaba su mamá, la sirvienta. Nadie en la familia realmente se preocupaba por ella. Entonces, aunque compartía el mismo techo que Enzo, sus vidas eran diferentes: mientras él disfrutaba de comidas exquisitas, ella comía con los sirvientes; cuando él era llevado a la escuela en un lujoso automóvil, ella tomaba el autobús sola; sus padres le habían dejado algo de dinero, y cuando necesitaba ropa, alguna de las sirvientas compasivas la llevaba a comprar prendas baratas en el mercadillo.

La vida de la pequeña Aitana siguió adelante así día tras día, y el verdadero cambio llegó cuando tenía seis años. Sin razón aparente, Javier y otros amigos de Enzo notaron la existencia de ella. Se burlaron de ella por sus ropas fuera de moda, diciendo que parecía una recicladora.

Después de la pérdida a sus padres, Aitana se había vuelto muy callada y miedosa. Cuando esos adinerados niños consentidos y mimados se reían de ella, siempre se ponía toda roja por la vergüenza, pero no se atrevía a decir ni una sola palabra.

Así pasaron los meses, hasta que un día Enzo lo descubrió. El niño, bien vestido con su trajecito a rayas con una corbatita azul, se interpuso entre ella y los niños protegiéndola:

—¡Cierren la boca! En el futuro, ella estará bajo de mi protección. Si vuelven a burlarse de ella, ¡los haré que se arrepientan!

A partir de ese día, nadie más volvería a reírse de ella.

Enzo la llevaba al salón de su casa, le enseñaba entusiasmado sus barquitos nuevos, le regalaba libros de su colección y hasta le enseñó a tocar el piano con sus propias manos. Él era como un inmenso rayo de sol que iluminó su vida triste y sombría. Y, desde entonces, ella pasó los siguientes años siguiéndole los pasos.

Ella había pasado diecinueve años así, creyendo que finalmente sería calificada para ser formalmente una parte de la vida de Enzo. Resultó que todo había sido pura ilusión… Enzo había destruido en persona todos sus esfuerzos y esperanzas de diecinueve años, haciéndola parecer completa boba.

Sin darse cuenta, ya tenía la cara toda mojada de lágrimas. Quería secarse, pero por más que lo intentaba, las lágrimas seguían cayendo una a una sin parar.

Aitana, por su carácter, estaba acostumbrada a controlarse incluso a llorar con tanta tristeza. Se mordió los labios para no hacer ruido, hasta que los hombros temblaron incontrolables.

Catarina, al volante, seguía echando madres y más madres. De pronto, se dio cuenta de algo extraño. Levantó la mirada y vio por el retrovisor que Aitana ya estaba llorando tan desconsolada. Se le encogió el corazón, y en un descuido, chocó con el coche de adelante.

—¡Caray…!

El golpe brusco la sacó de su tristeza. Catarina se puso pálida:

—Cariño, estamos fregadas… ¡Es un Bentley…!

Aitana sacó asustada una servilleta para secarse las lágrimas. Tranquilizó a Catarina con voz ronca:

—Tranquila. Voy a hablar con ellos. Llama al personal de los seguros y yo me encargaré de pagar lo que falte.

—Con tu estado… ¿Puedes hablar con ellos? ¡Yo me encargo de eso!

Con una mirada de consuelo, Catarina iba a bajar. Al mismo tiempo, el chofer del auto lujoso ya se había bajado y venía hacia ellas. Al verlo, Catarina se sorprendió:

—¿Es usted el que nos dio el paraguas?

Samuel no esperaba volver a verlas más.

—Espérenme un momentito, por favor —les dijo y luego se dirigió a toda prisa al auto de nuevo.

Dentro del coche, el aire acondicionado estaba al máximo. Sergio sentado en la parte trasera, todo su ser emanaba un aura que daba más escalofríos que el aire casi congelador.

—¿Qué pasó? —le preguntó a Samuel y este le informó la situación susurrando al oído.

Aitana vio cómo la ventana trasera del Bentley bajaba, pero no alcanzó a ver a la persona sentada allí. Poco después, una mano delicada con dedos bonitos hacía un gesto hacia atrás por la ventana.

Catarina soltó graciosa:

—¡Mira esta mano! Parece ser de un apuesto…

—¿En este momento piensas en eso…?

—Total, ya chocamos y qué podemos hacer.

Pronto, Samuel volvió a hablar con ellas:

—Señoritas, mi jefe dijo que ya pueden irse porque no es un problema grave.

—Dios, ¡su jefe es tan amable! El otro día nos dio el paraguas y ahora nos ayudó otra vez. ¿Podría darnos su contacto? Queremos invitarlo a cenar —se sorprendió Aitana y le dijo feliz a Samuel.

¿Su jefe era amable…? Esta era la broma más divertida que Samuel había escuchado en su vida… Pensando, Samuel les sonrió cortés:

—No hace falta. Espera que maneje con más cuidado.

Catarina no insistió más. Les dio las gracias y se fue. Cuando ellas se alejaron, Samuel regresó al Bentley y le informó a Sergio:

—Jefe, ya hice lo que me dijo. La señorita Montes tenía los ojos muy rojos. Parece que ha llorado mucho.

—¿Lloró mucho? —preguntó Sergio algo sorprendido.

Entrecerró los ojos y luego soltó una sonrisa burlona:

—¿Rompió con su novio?
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