Capítulo 3
Aitana se fue del edificio.

En realidad, nunca había faltado al trabajo sin razón alguna. Todavía era muy temprano, pero ella no tenía ningún lugar donde quedarse. Al final, fue a una cafetería que frecuentaba. A ella le gustaba esta cafetería porque usaba los granos de café de Brasil que tenían un aroma especial e intenso.

Al verla, el dueño de la cafetería la reconoció y le preparó en persona una taza de café con leche.

—¿Tu novio no viene contigo hoy? —le preguntó a Aitana.

¿El novio? ¿Se refirió a Enzo? Ella solía venir aquí con él, pero…

—No vendrá más —le respondió Aitana con una sonrisa cortés.

—¿Qué pasó? ¿Rompieron? —preguntó de más el hombre.

—Es que murió.

Hubo un breve silencio incómodo y luego el tipo se fue algo avergonzado. Aitana removió lentamente el café con la cucharita, sin decir nada más. Justo cuando iba a dar un sorbo, su celular sonó.

—Cariño, ¿por qué no recibiste mis llamadas?

Fue una llamada de Catarina Ruiz, la única amiga sincera que Aitana tenía en esta ciudad. La voz de Aitana se suavizó al instante:

—Tuve algo que hacer y no me di cuenta de las llamadas.

—¿Qué tuviste que hacer? ¿El maldito desagradecido de Enzo Castro te presionó de nuevo? Eres su asistenta, ¡pero este te considera una niñera! ¡Qué sinvergüenza ese estúpido! —se quejó Catarina.

Durante estos años, Catarina había presenciado todo lo que Aitana había dedicado en Enzo. Pero, siempre se quejaba de lo desagradecido que era Enzo, creyendo que este debería casarse con ella hacía mucho tiempo. En el pasado, Aitana solo pensaba que tenía una amiga con lengua afilada, pero hoy finalmente entendió que Catarina tenía razón.

—No te preocupes por eso. Él no tendrá más oportunidad de presionarme en el futuro —le respondió Aitana con una sonrisa burlona.

—¿Por qué? ¿Van a casarse? ¿Finalmente vas a ser la adinerada señora Castro? Si es cierto, ¡voy a renunciar de inmediato porque en el resto de mi vida no tendré problemas con el dinero! —se sorprendió enseguida Catarina, sintiéndose tan alegre como si ella fuera la que iba a casarse con un adinerado.

La voz de Aitana seguía siendo serena:

—Enzo tiene una nueva novia. Ya es hora de irme del lado de él.

Catarina gritó con incredulidad:

—¿Qué demonios? ¿Tiene una novia? Tú eres su novia, ¿no es así? Es decir, ¿este miserable se involucró con otra mujer y rompió la relación contigo? Cariño, ¿Y tú cómo estás? ¿Dónde estás? ¡Voy a buscarte ahora mismo!

—A estas horas tienes que trabajar… —dudó por un momento Aitana.

—¡Que el trabajo se vaya a la mierda! Si eso le importa al estúpido jefe mío, ¡pues que me despida! ¡Dime dónde estás de inmediato!

Aitana enseguida le dio la dirección, porque de verdad necesitaba de su compañía en este momento.

Una hora después, recibió un mensaje de Catarina:

[Cariño, hay mucho tráfico. ¡Llegaré en cinco minutos!]

Aitana se levantó a toda prisa y fue a esperarla en la puerta de la cafetería. Conocía muy bien a Catarina y se preocupaba de que ella explotara en la cafetería insultando a Enzo. Si eso pasaba, no sería capaz de manejar la situación…

Estaba lloviznando un poco afuera. Hoy Aitana llevaba un vestido de azul claro que había comprado en el centro comercial por la mañana, cuya longitud podía cubrir a la perfección los moretones en su pantorrilla. La lluvia la hacía sentir frío, así que se movió un poco más hacia la cafetería, mirando distraída cómo los automóviles iban y venían a toda prisa. Bajo la lluvia, su figura en este vestido de azul claro emanaba un aire elegante. Parecía una flor de iris floreciendo, aunque estaba en la calle.

En el palco VIP de un restaurante del otro lado, un hombre capturó esta hermosa imagen. Sergio Morales, vestido de un traje negro, se puso frente a la ventana panorámica del sexto piso. Observaba atento la figura tranquila mientras movía ligeramente la copa de vino que tenía en su mano. A su lado, un agente inmobiliario llamó de inmediato su atención con un tono adulador:

—Señor Morales, ¿no le gustaron los platillos?

—Es que necesito un rato para bajar la comida —le respondió Sergio con una voz serena.

Sin poder entender el estado de emoción a través de ese tono sereno, el hombre pensó por un rato y luego le hizo un gesto a la hermosa mujer vestida de una falda larga con abertura. La mujer se le acercó de inmediato a Sergio y le habló con ternura:

—Señor, ¿quiere escuchar otra canción?

—Cuando termine de apreciar la hermosura —le respondió Sergio.

Ella seguía haciéndose la tierna:

—¿Una verdadera lindura? ¿Qué es más linda que yo?

Sergio volteó hacia la mujer y su mirada se posó justo en ella. Tenía unos ojos bonitos con una ligera curva hacia arriba en las esquinas. En el rabillo de su ojo izquierdo había un pequeño lunar, lo que resaltó el perfil perfecto de su rostro refinado. Esa impresionante mirada de un hombre tenía un encanto irresistible para la mayoría de las mujeres.

—No. Tú eres la mejor —le respondió.

Dicho esto, terminó el vino en la copa de un solo trago, mientras su nuez seductora corría arriba y abajo.

Al escuchar el elogio, el corazón de la mujer latió acelerado. El agente inmobiliario también se sintió contento.

En realidad, muchos del círculo le temían a Sergio, sabiendo que, bajo su rostro impecable, este hombre tenía un alma indomable. Era impredecible, indiferente y despiadado. Sin embargo, este hombre tan difícil de tratar era el líder de la familia Morales.

Al principio, la familia Castro fue la familia más poderosa en Luzmar y la familia Morales era la segunda, mientras Sergio era un hijo ilegítimo de los Morales. Educado de manera diferente a los hijos legítimos, tenía sus propias fuerzas en ambos mundos, tanto el legal como el ilegal. Pronto con su liderazgo la familia Morales logró superar a la familia Castro y se convirtió en la más fuerte de la ciudad. Entonces, todos sabían muy bien que, aunque Sergio parecía un caballero gentil, no era una persona tan amable como parecía.

El agente inmobiliario lo había invitado varias veces y hoy finalmente lo logró. Al ver que este estaba de buen humor, quería aprovechar esa oportunidad para complacerlo. Le dijo:

—Sara es la mejor cantante aquí. Si le gusta, podrían ir a la habitación que le reservé…

Antes de que pudiera terminar sus palabras, Sergio se dio la vuelta. Colocó la copa en la mesa y le hizo una pregunta:

—¿Parezco un hombre lujurioso?

La sonrisa aduladora del hombre se congeló, sin entender el repentino cambio de actitud de Sergio. Se apresuró a disculparse:

—Lo siento, no quise decir eso, señor…

Sergio sonrió con ironía. Despreocupado, empujó ligeramente la cintura de la mujer y esta se cayó justo en el abrazo del otro hombre. Cuando volvieron en sí, Sergio ya se había dirigido hacia la puerta mientras hablaba:

—Deja de usar estos sucios trucos cuando volvamos a quedarnos por negocios. No me interesa la prostitución.

***

Como la cafetería se ubicaba en el centro de la zona comercial, los taxis no podían llegar allí. Después de esperar por un largo rato, Aitana finalmente vio a Catarina que corría hacia ella. Al verla, esta se lanzó desesperada sobre ella y empezó a llorar desconsolada en voz alta abrazándola.

Aitana se quedó un poco aturdida por esa repentina situación y luego notó las miradas curiosas de la gente que se encontraba en la cafetería… Para ser honesta, ya se arrepintió de haber dejado que viniera aquí porque ahora ella tenía que consolarla esto era al revés:

—Tranquila, tranquila… Estoy bien.

—¡Enzo Castro es completamente un desagradecido sin corazón! No solo te traicionó de la peor manera, ¿¡sino que también te golpeó!? ¡Debería haber llevado conmigo un cuchillo para matarlo! —se quejó Catarina con las lágrimas brotando con rabia de sus ojos.

—No fue él quien me causó estas heridas… Primero vámonos a casa y te contaré, ¿de acuerdo?

Catarina se secó las lágrimas y aceptó:

—De acuerdo, vamos.

Justo cuando las dos estaban a punto de buscar un taxi bajo la lluvia, un hombre de apariencia gentil se les acercó y les ofreció muy caballeroso un paraguas.

—Buenas, señoritas. Está lloviendo mucho. Quédense con esto —les dijo.

Aitana le preguntó:

—Señor, ¿por qué…?

—Mi jefe está cerca de aquí y las vio llorando tristemente, así que me pidió que les ofreciera el paraguas —les explicó respetuoso el hombre.

Parecía que este intentó evitar malentendidos. Solo les dejó el paraguas y luego se fue.

Catarina le agradeció gritando:

—¡Muchas gracias a su jefe por el paraguas! ¡Que Dios los bendiga!

Cuando ellas se alejaron alegres con el paraguas, Sergio subió la ventana en su auto lujoso.

Samuel Jiménez no pudo evitar preguntarle:

—Jefe, ¿las conoce?

—Sí, a la de vestido azul.

Samuel la recordó en ese ese momento. Era cierto que esa joven era una impactante belleza. ¿Acaso su jefe había tenido algo con ella? En realidad, no se atrevió a preguntarle a Sergio, pero la curiosidad lo llevó a arriesgarse un poco:

—¿Fue su novia?

Sergio entrecerró ligeramente sus lindos ojos y aflojó un poco la corbata, luego emitió una leve sonrisa despreocupada:

—Es una traviesita ingrata.

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