La Rabieta
Damian bajó del auto con los lentes oscuros aún en el rostro, ocultando los estragos de la noche anterior. El eco de la resaca le martillaba las sienes, pero lo sostuvo el fastidio creciente que lo dominaba. La conversación con Serena en el salón de baile le había dejado un mal sabor de boca. Pasó las siguientes horas entre copas y piel ajena, convencido de que al volver, el mundo seguiría esperándolo tal como lo había dejado.
Empujó la puerta principal de la mansión Winters con la seguridad de siempre. El eco de sus pasos resonó en el recibidor, pero algo lo hizo detenerse: el silencio. No había rastro de risas femeninas, ni del murmullo de pasos que solían recorrer la casa a esas horas. Una quietud extraña lo envolvía, como si la mansión misma contuviera la respiraci&