Los ojos de Sofía brillaban con una sonrisa, y en su voz se notaba una seguridad inquebrantable.
Al ver su actitud, Mariana se sintió aún más incómoda.
—¡Silvia, Mónica, vámonos! —dijo con el rostro tenso.
—Alto ahí.
La voz de Sofía se volvió fría, su mirada se clavó en ellas mientras decía:
—No recuerdo haberles dado permiso para irse.
—¡Sofía, ya no queremos discutir contigo! ¡¿Qué más quieres ahora?! —gritó Silvia con rabia.
Sofía bajó la mirada hacia el suelo, donde la comida se había derramado.
—¿No sabes cada grano de arroz cuesta esfuerzo? ¿Así les enseñaron sus padres a desperdiciar la comida?
Mónica se adelantó con tono sarcástico:
—No te hagas la digna. Todos sabemos que tu familia, los Valdés, están al borde de la ruina. Si no se casan con los Rivera, no son nada. Eres una princesa venida a menos que depende de Alejandro para sobrevivir, ¿y aún así te das aires?
Luego miró alrededor, como queriendo que todos escucharan:
—¿O será que la señorita Valdés ya no tiene ni para com