—Está bien —dijo Sofía con tranquilidad al ver que Luna se alejaba. Solo entonces volvió a subirse al coche.
Un rato después, llegó el chófer de los Valdés.
Al ver que era Ernesto quien conducía, Sofía preguntó:
—¿No se suponía que hoy le tocaba a Carlos?
—Carlos se enfermó, señorita. Yo estoy cubriéndolo —respondió el tío con una sonrisa—. ¿Quiere que la lleve directo a casa?
—Ajá —asintió Sofía—. Arranca, por favor.
—Claro.
Mientras el coche avanzaba, Sofía se recostó contra la ventana con cierto cansancio.
El aire acondicionado estaba encendido, y como era un espacio cerrado, no pasó mucho tiempo antes de que empezara a sentirse mareada. Frunció el ceño y dijo:
—Tío Ernesto, ¿puede abrir la ventana? Me siento un poco mareada...
—Ya falta poco, señorita. Intente aguantar un momento más —respondió él.
Pero el mareo se intensificó, y Sofía se sintió con náuseas. Estiró la mano para bajar la ventanilla por sí misma, pero se dio cuenta de que estaban bloqueadas.
Y para su sorpresa, Ernes