Leonardo miró de reojo a Elías y, con un suspiro resignado, soltó:
—Está bien, está bien… yo voy por las materiales. Ustedes sigan con lo suyo.
Con las llaves en la mano, salió rumbo a la puerta principal de la casa Casanova.
—¿Por qué se fue tan rápido? —Sofía Valdés se estiró un poco para mirar, pero Elías se interpuso en su línea de visión.
—La pomada que te di, ¿dónde está? —preguntó con su tono seco.
—Siempre la traigo en el bolsillo.
Sofía sacó el pequeño frasco y se lo entregó. Elías lo tomó sin más y ordenó:
—Ven.
Aunque no entendía del todo, ella lo siguió hasta la sala. Elías señaló el sofá y, cuando Sofía se sentó, empezó a untarle la pomada sobre el dorso de la mano.
—¡Tss! —Sofía aspiró de golpe por el dolor.
Él había apretado con demasiada fuerza.
Elías levantó la vista apenas un instante, y de forma inconsciente suavizó sus movimientos.
Nunca antes había curado a nadie, no supo medir la presión de sus dedos.
La piel de ella era tan blanda, tan frágil, que bastaba un r