—¿Qué banquete ni qué nada? —Leonardo arqueó las cejas, incrédulo.
Con Elías y Bruno, esos dos reyes de la austeridad, ¿de dónde iba a salir un banquete?
Llevaba días viviendo en la casa de los Casanova y no había probado ni un platillo decente.
Leonardo estuvo a punto de decirlo en voz alta, pero al final se contuvo. Se volvió hacia Bruno y preguntó en voz baja:
—¿Qué banquete? ¿De dónde salió eso?
—La señorita Valdés dijo que iba a preparar, para agradecerte.
—¿Agradecerme? ¿Por qué?
—Por la pomada.
Al escuchar la respuesta de Bruno, Leonardo se quedó aún más desconcertado:
—¡Entonces deberían agradecerle a Elías, no a mí! Fue él quien pagó todo.
Aquella pomada había requerido un costo enorme de investigación, y el dinero había salido del bolsillo de Elías.
Sí, con él mismo era tacaño: en su ropa, en su comida, en cada detalle cotidiano se conformaba con lo mínimo.
Pero cuando se trataba de otros asuntos, podía gastar fortunas sin pestañear.
Como en esta ocasión, en que ordenó desarr