—¿Eh? Esto… —el director dudó, incómodo.
Nunca había existido un precedente así.
La voz de Alejandro se volvió más fría:
—¿Hay algún problema?
—No… no, en absoluto.
¿Cómo se atrevería a decir que sí? No podía ofender al hombre que sostenía las finanzas de la universidad.
Con la orden ya dada, al director no le quedó más remedio que susurrar al profesor vigilante que trasladara a Sofía Valdés al salón contiguo.
Sofía frunció el ceño.
¿Qué demonios es esto?
Al llegar al otro aula, el profesor le indicó con cortesía que tomara asiento.
Afuera, junto a la ventana, estaba Alejandro, de pie, observando.
—Sofía, revisa las preguntas y dicta tus respuestas. Yo las iré anotando —dijo la profesora, con una amabilidad inesperada, sorprendida de que se hubiera abierto un espacio exclusivo para esa alumna.
—Maestra, puedo contestar en la sala normal.
—Es decisión de los directivos. Tu mano no está bien y eso podría afectar tu graduación.
Mientras lo decía, ya tomaba la hoja de examen que Sofía habí