—Pareces contenta.
—Para nada, te equivocas.
Sofía lo miraba fijamente, sin apartar los ojos de Elías.
—Yo nunca me equivoco.
Él con el rostro impasible salió del cuarto.
En ese momento entró Bruno.
—Señorita Valdés, la llevo a casa.
—Está bien.
Ella lo deseaba; entre más pronto regresara, mejor.
Si tardaba un poco más, Mateo la bombardearía con mensajes.
Esa noche estaba claro que Elías tenía otros asuntos, ni siquiera se tomó la molestia de fijarse en ella.
Cuando Sofía bajó, él ya había salido.
Al anochecer, Bruno la dejó frente a la entrada del fraccionamiento.
Las señoras mayores que siempre se reunían a charlar en la banqueta la vieron bajar de un carro lujoso.
No había pasado mucho cuando otro auto de lujo entró.
Esta vez quien bajó fue otro hombre apuesto.
Mateo frunció el ceño.
—Te marqué varias veces, ¿por qué no contestaste?
Ella, sin alterarse:
—No era buen momento.
—¿La pierna ya mejoró?
Mateo rara vez se interesaba por su salud. Eso la hizo ponerse alerta de inmediato.
—¿