Leonardo dejó el vaso de whisky sobre la mesa, se puso de pie y dijo:
—Que tengas buenos sueños.
Salió del despacho cerrando la puerta tras de sí.
Elías miró la copa que todavía tenía medio vaso de licor. Finalmente la levantó y se la bebió de un trago.
Eran ya casi las doce.
En un salón privado del club nocturno, Julián Montes había terminado todos los pendientes y observaba a Alejandro, que miraba su celular una y otra vez. Dudó un instante antes de preguntar:
—Toda la noche has estado distraído, ¿qué pasa?
Alejandro volvió en sí y, algo molesto, dejó el celular a un lado.
Julián lo conocía bien: no era hombre de descuidar el trabajo. De inmediato supo que el asunto tenía que ver con Sofía Valdés.
—¿Otra vez por la señorita Valdés?
El silencio fue la confirmación. Nunca antes había visto a Alejandro así.
—Déjame adivinar —sonrió Julián—: ¿te traen inquieto porque Sofía no te mandó un solo mensaje en todo el día?
El gesto en el rostro de Alejandro lo delató.
—Acéptalo, Rivera. Estás e