Al enterarse de que Alejandro había llegado al hospital del centro de la ciudad, el director se vistió con cuidado en su casa y se apresuró a llegar.
La familia Rivera tenía inversiones significativas en la medicina local; además, eran los mayores accionistas del hospital. No era algo que cualquiera se atreviera a ignorar.
Cuando la enfermera reconoció a Alejandro, su rostro se volvió pálido como la cera.
—Si tienen algo que decir, salgan afuera —dijo Alejandro con frialdad—. No interrumpan su descanso.
—¡Sí, señor Rivera! Adelante, por favor.
El director abrió paso con respeto, y Alejandro salió del cuarto. La enfermera cerró la boca de inmediato, sin atreverse a pronunciar una palabra más.
Una vez fuera de la habitación, el director comenzó a hacer las presentaciones:
—Señor Rivera, este es nuestro médico a cargo, el doctor Adriano. Muy joven y prometedor…
—Vaya al grano —interrumpió Alejandro con voz fría—. Solo quiero saber cómo está su estado.
Al oírlo, el director miró al doctor,