Le tembló ligeramente el párpado antes de preguntar:
—Secretario Javier, ¿y esto qué significa?
—Esto… esto se lo manda el señor Rivera —respondió él con una sonrisa incómoda—. Dijo que le pidiera disculpas de su parte. Hoy… hoy fue impulsivo…
Antes de que Javier pudiera terminar la frase, Sofía Valdés ya le había cerrado la puerta en la cara.
Javier reaccionó de inmediato, alzando la voz desde el otro lado:
—¡Señorita Sofía! ¡El señor Rivera realmente está arrepentido! ¡Incluso mandó un auto para llevarla de regreso! ¡Por favor, no nos lo haga difícil! ¡Nosotros sólo seguimos instrucciones, señorita Sofía!
Sofía ya no lo escuchaba. No tenía el más mínimo interés en las súplicas desesperadas del secretario.
Quien sí bajó corriendo por las escaleras fue Luisa Jiménez, que sin perder un segundo le apuntó con el dedo a la cara:
—¡Pero niña, ¿qué te pasa?! ¿Cómo te atreves a rechazar al personal del señor Rivera?
Luisa estaba completamente atada a la suerte del hijo que había metido la pat