Esa noche, cuando Alejandro regresó a casa, lo primero que notó fue que en la sala solo andaba la sirvienta, recogiendo cosas en silencio.
—¿Dónde está Sofía? —preguntó, sin quitarse el abrigo.
—¿La señorita? Hoy no ha regresado, señor.
—¿No ha regresado? —repitió Alejandro, mirando de reojo el reloj colgado en la pared—. Ya son las diez… ¿qué clase de clases duran hasta tan tarde?
—Tal vez… tal vez hubo algún evento en la universidad —aventuró la sirvienta con timidez.
—¿Evento? ¿En la universidad? —frunció el ceño con escepticismo. Sacó su teléfono y marcó el número de Sofía.
El tono sonó apenas dos veces antes de que la llamada fuera cortada.
Perfecto. Muy bien.
La sirvienta lo observó con nerviosismo. Estaba por decir algo en defensa de Sofía, pero Alejandro habló antes, seco como un chasquido:
—Tira todas sus cosas del cuarto. Que no quede nada.
—¿T-tirar...? —la sirvienta se quedó helada—. Pero señor, son las pertenencias de la señorita...
—Si no quiere quedarse en esta casa, que