¿Desde cuándo necesitaba que un enfermo del estómago le enseñara cómo comer?
—Puedes cenar poco, pero no cenar nada te va a desajustar toda la vida. A partir de hoy, si yo ceno, tú también cenas.
—Alejandro, yo no tengo el hábito de cenar. Estás siendo absurdo.
—Si cenas a la hora cada día, te doy un millón.
Sofía pensó que había escuchado mal.
¿Le estaba ofreciendo un millón diario solo por cenar?
¿Se había vuelto loco Alejandro?
Él la miró con el ceño fruncido, notando su incredulidad.
—¿No es suficiente?
—¿Y si... mejor dos millones? —dijo Sofía tanteando, como quien lanza un anzuelo al agua.
Pero apenas vio la expresión en el rostro de Alejandro, supo que se había pasado.
—Está bien. Uno es suficiente.
—Si te saltas un día, te descuento dos millones. Pero si cenas todos los días del mes, ganas treinta millones. Seguro.
Dicho eso, Alejandro ya estaba moviendo los palillos.
Él siempre había sido exigente con la comida. Prefería sabores suaves, detestaba lo grasoso, y pocas cosas logr