La mañana en Moscú avanzaba con un ritmo distinto al del resto del mundo. Las agujas del reloj parecían girar más rápido cuando uno se movía bajo el imperio de Mikhail Baranov.
Desde el piso más alto del edificio Baranov International Holdings, otra de las Empresas de la firma de Mikhail los ventanales ofrecían una vista imponente de la ciudad. Las calles estaban cubiertas por una delgada capa de nieve reciente y el cielo, aún grisáceo, prometía una tormenta más tarde. Pero dentro del despacho de Mikhail, todo era orden, silencio y poder. La calma antes de la tormenta.
Vestido con su habitual traje oscuro, sin una sola arruga, Mikhail se mantenía de pie junto al ventanal, una taza de café negro humeando entre sus dedos. No necesitaba azúcar ni crema. Su vida tampoco tenía espacio para suavidades.
—¿Qué tenemos esta mañana? —preguntó sin voltear, su voz baja, pero cortante como una hoja afilada.
Dimitri, fiel como siempre, consultó la tableta que llevaba en las manos.
—Se solucion