El amanecer en Barcelona parecía una promesa de calma, aunque las nubes grises comenzaban a abarcar el cielo con un tono nostálgico. Chubascos intermitentes caían sobre la ciudad, creando un tapiz de gotas en las ventanas del gran comedor de la Residencia Fort. Los cristales se empañaban lentamente mientras el sonido de la lluvia contrastaba con el suave murmullo de las voces y el tintinear de las tazas de té.
Alexandra se encontraba sentada junto a su hermana en la mesa de madera oscura, disfrutando del desayuno. La luz cálida de las lámparas bañaba la habitación, creando un ambiente acogedor, lejos de la fría mañana que se desplegaba afuera. La Residencia Fort, con sus enormes ventanales, ofrecía una vista espectacular de los jardines que, en un día soleado, serían un mar de colores. Sin embargo, hoy, las hojas de los árboles se agitaban suavemente con la lluvia, creando un paisaje casi etéreo.
Mavie, la pequeña, jugaba con su cucharita de plata, haciendo figuras en la crema de su