—¿Irás? —preguntó Natalia con cautela.
Alexandra miró su reflejo. Su expresión era serena, pero su mirada… era una mezcla de desafío e incertidumbre.
—Claro que iré —respondió con firmeza.
—¿Y si es una trampa?
—Entonces bailaré entre las llamas —susurró.
— No debes de descuidarte de Veronika Dubrovskaya.
El silencio en la suite de Alexandra era absoluto después de aquel pequeño consejo de Natalia.
Alexandra estaba de pie frente al espejo, observando el reflejo de una mujer que parecía hecha de misterio… y peligro contenido.
El vestido negro de seda caía como agua sobre su cuerpo.
Era una creación de corte sirena, sobria, pero exquisitamente ajustada desde los hombros hasta las caderas.
El escote en V —elegante, profundo, pero sin vulgaridad— dejaba a la vista su cuello largo, la clavícula perfectamente delineada y la piel dorada que contrastaba con la oscuridad del tejido.
Las mangas eran largas, pero sutilmente translúcidas, con un detalle de encaje negro bordado a mano que