—Yo... solo necesito un momento. —respondí, agarrándome el estómago, sentía un dolor agudo retorciéndome.
—Toma un poco de esto. —la anciana me alargó su petaca y un gemido escapó de mí mientras me inclinaba, iba a vomitar en cualquier segundo.
—¿Qué es?
—Ayudará, te quitará el dolor.
Tomé la petaca y la olfateé solo para apartarla de mí, el potente olor del acónito me quemó las fosas nasales.
—Es acónito. —mi dolor fue demasiado intenso para expresar lo horrorizada que estaba: ella no solo bebía eso voluntariamente, sino que se lo ofrecía a una mujer embarazada.
—Sí.
—¿Por qué creyó que querría eso?
—Detendrá la llamada de la manada, la del padre del bebé.
—Matará al bebé.
—No, yo lo he estado tomando durante décadas y todavía sigo en pie. —estaba dividida entre llorar y reír ante su comentario, la gravedad de mi situación actual me golpeó como una tonelada de ladrillos.
Mi sangre se heló cuando oí un grito proveniente de la Casa del Beta, un grito femenino.
—¿Fátima? —mis pies ya se