La joven loba caminó por los pasillos del gran castillo, en compañía de los guardias. Su rostro demostraba tranquilidad, aunque en su interior el miedo la inundaba; siempre creyó que pasaría inadvertida en medio del pueblo. Después de todo, los Alfas no están preocupados más que en sus vidas y acumular riquezas, o eso era lo que ella pensaba.
El guardia golpeó una de las fastuosas puertas y esperó. Se oyó la voz de Namar en su interior, permitiendo el paso.
El guardia abrió la puerta, allí estaba Namar, sentada junto a un escritorio. Se incorporó y miró a Astrid con seriedad. La joven loba Astrid sintió asombro al ver a su amiga, después de tanto tiempo, y no supo cómo reaccionar, quedándose petrificada. El guardia a su lado tomó su hombro, llamando su atención.
- Debes inclinarte ante nuestra Luna - le dijo casi murmurando. Astrid agradeció, comprendiendo que la estaba ayudando y, luego, se inclinó.
- Pueden dejarnos a solas - Autorizó Namar.
Ambos guardias hicieron una reverencia