Astrid caminó por los pasillos, hasta los aposentos de Alfa Caleb. Inhaló hondo y anunció su llegada. Los guardias le permitieron entrar. Permaneció de pie junto a la puerta, esperando a que su Alfa le dirigiera una mirada o una palabra. El joven lobo se encontraba ensimismado, de pie junto al gran balcón, con sus manos entrelazadas tras su espalda, observando el ir y venir de la manada y, más allá, el enorme desierto que le separaba de Namar. Rompió el silencio.
- ¿Conoces algún método para conocer la parentalidad entre lobos?
- ¿Mi Alfa? - Dijo Astrid, sin comprender. Aquella pregunta le tomó por sorpresa, ya que no sabía qué esperar ante su llamado.
- Ya lo has oído… - dijo el joven Alfa, volteando a ver a su antigua cortesana - ¿Eres una curandera no? … ¿Acaso creíste que te llamaría por otro motivo?
- Lo siento, Alfa. Francamente, no sabía qué pensar ante su llamado.
- Si requiriera de otras artes, llamaría a mis cortesanas ¿No lo crees? - dijo algo molesto - Ahora bien… ¿Sabe