Natasha sintió una extraña punzada al cruzar la boca de la gran cueva. Todo parecía una escena salida de una película de terror, las paredes húmedas, las sombras profundas, y un olor a sangre tan intenso que le revolvió el estómago. Kattleya caminaba detrás de ella, cubriéndose la nariz, pero siguió a Natasha porque, a pesar del hedor, algo los llamaba hacia el interior.
Avanzaron observando cada detalle: rastros antiguos, símbolos extraños estaban dibujados en esa pared. Kattleya se detuvo, con la voz entrecortada.
—Señorita, este lugar está hechizado. Es peligroso para las dos. Hay una fuerza extraña que puede acabar con nosotras.
—No te preocupes —respondió Natasha con calma—. No nos pasará nada.
Apenas pronunció la frase, una energía tibia y purificadora comenzó a emanar desde ella. Kattleya la miró asombrada: nunca había sentido una aura tan poderosa. ¿Cómo podía una simple humana provocar aquello? Tenía una energía capaz de purificar todo lo maligno en ese lugar.
—No eres cualqu