Diego:
Le comento a Bernardo mis planes para salvar mi matrimonio, pero al parecer no está muy convencido. Su rostro descompuesto me indica que no confía en que lo logre y, en el fondo, lo entiendo. He pasado los últimos años quejándome, convirtiéndolo en mi paño de lágrimas, pero es inevitable querer arreglar mi vida. Tengo un hijo maravilloso que lo único que desea es tener a su madre cerca, y quiero intentarlo por él.
Bernardo sigue su camino, y yo el mío hacia el estacionamiento subterráneo en busca de mi auto.
Camino a casa, me pongo a planear la salida improvisada. Pienso que, al llegar, le diré a Ambra que se arregle, pues iremos a cenar. Después, la llevaré a un hotel para hacer de esta cita una noche inolvidable.
«Ya deseo ver la sorpresa en su rostro.»
Al llegar a mi hogar, me encuentro con Marcus en el jardín. Cuando me ve, corre a mi encuentro para darme un abrazo, como si esta tarde no hubiéramos estado juntos. Sin dudarlo un segundo, me inclino para recibir ese gesto de amor, pues él es mi motor de vida.
—¡Hola, campeón! —exclamo feliz—. ¿Qué haces en el jardín? ¿No crees que ya es tarde? —pregunto mirando mi reloj de pulsera para verificar que son las ocho de la tarde. Por lo general, a esta hora está cenando para luego ir por un baño y a la cama.
—Te estaba esperando, papá —comenta cariñoso, a lo que sonrío para coger su mano y caminar juntos hacia el interior.
Adentro me encuentro con Roberta y recuerdo que es una pieza fundamental en los planes de esta noche. Paso por alto que es Ambra quien debería estar esperándome. No es que sea un machista, solo anhelo ese gesto de compañerismo; no obstante, creo que jamás sucederá, aunque ella diga no poder vivir sin mí.
—¿Podemos hablar? —pregunto a Roberta, quien asiente con la misma simpatía que la ha caracterizado siempre—. ¿Marcus ya cenó?
—Sí, señor.
—De acuerdo… —digo, para después mirar a Marcus—. Hijo, espérame arriba. Te daré un baño y te leeré un cuento.
—¡Sí, papá! —responde, para salir corriendo hacia las escaleras.
—¿De qué desea hablar conmigo, señor? —Hago una mueca deseando que pueda quedarse esta noche. De lo contrario, mis planes se irían por la borda, aunque entendería una respuesta negativa, ya que no avisé con anticipación.
—Necesito saber si puedes quedarte esta noche… —pregunto con cautela, poniendo cara de súplica para que me diga que sí.
«Se sonríe, me dirá que sí.»
—De acuerdo, me quedaré —responde, y sin dudarlo un segundo, la abrazo efusivamente y le doy un sonoro beso en su mejilla.
—¡Te adoro, gracias! —exclamo sin borrar la sonrisa de mi rostro—. ¿Ambra está en su habitación?
—Sí, señor.
—¡Bien! —exclamo dando un suspiro—. La invitaré a cenar. Quiero quedarme fuera… tal vez así se le pase el mal genio.
—¡Dios quiera, señor! ¡Dios quiera! —repite después de hacer una mueca, y no la culpo. Al contrario, no entiendo cómo ha durado trabajando tanto tiempo en esta casa.
Corro escaleras arriba directo a la habitación de Marcus. Él está sentado sobre la cama viendo un álbum de estampitas. Al verme, se levanta dejando el álbum sobre un mueble y me sigue hacia el baño.
Llega la hora del cuento. Por sus ojos adormilados puedo garantizar que no leeré mucho y, efectivamente, se queda dormido en el primer párrafo. Pero lo más importante es que está contento, pues sabe que esta noche se quedará con Roberta, ya que su madre y yo saldremos a cenar.
—Hola, amor —saludo a Ambra mientras cierro la puerta de nuestra habitación.
—Hola… Llegaste temprano —comenta dudosa.
—Así es —respondo acercándome para besar sus labios—. Deseo que te des una ducha y te pongas más hermosa de lo que ya eres, pues saldremos a cenar —digo.
Ambra sonríe emocionada y se cuelga de mi cuello para darme un beso cargado de promesas. Le doy una nalgada y me suelta para salir corriendo hacia el baño, mientras yo voy al cuarto de visitas para ducharme también.
La llevo a su restaurante preferido, y agradezco que haya mesas, pues he tentado a la suerte al llegar sin hacer reservación.—¿A qué se debe esta sorpresa? —pregunta, mientras el maître nos sirve champaña.
—Deseaba pasar una velada romántica con mi esposa, es solo eso —digo para ver en su mirada la misma de aquel día en que la conocí.
—Esto es perfecto, gracias, mi amor.
—No debes agradecer. Te amo —confieso y aprovecho para alzar mi copa y brindar por el momento, y para que se dé cuenta de que perfectamente podemos ser padres y amantes.
La cena y la conversación son amenas. El único detalle es que no me ha preguntado con quién he dejado a Marcus, pero hago caso omiso, creyendo que se ha dado cuenta de que Roberta se ha quedado en casa.
De camino al hotel, empiezo a ver incertidumbre en su rostro. Sabe que este no es el camino a casa, no obstante, no pregunta ni yo digo nada, hasta que me estaciono fuera del hotel.—¿Y esto? —pregunta confundida.
—Adivina… —logro decir.
—¡Ay no! —exclama, casi en un grito eufórico—. ¿Nos quedaremos aquí? —pregunta, y sin esperar respuesta, vuelve a gritar—. ¡Te amo! No puedes hacerme más feliz.
—Más tarde te demostraré que sí puedo —digo elevando mis cejas, solo para ver la ilusión en su rostro, la misma de hace ocho años atrás.
El rostro iluminado de Ambra es mágico, lo que me hace sentir una felicidad que ya no recordaba, por lo que la tomo en mis brazos y entro al cuarto con ella cargada, hasta dejarla sobre la cama, donde pretendo hacerla mía como si jamás hubiera estado con ella.
Hacemos el amor con locura, un placer que no puedo dejar de sentir. Dudo que algún día pueda dejar de desearla como lo hago.
Un último beso para sellar nuestro acto de pasión y cae rendida a mi lado. Sonrío por todo lo que ha sucedido esta noche, porque me da esperanza de continuar con mi pequeña familia unida.
—Saldremos a cenar más seguido —comento después de media hora de estar abrazados—. Nos quedaremos en hoteles, haremos cosas distintas, ¿te parece?
—Me parece perfecto —dice besando mis labios—. Bien sabes que te amo y no puedo estar lejos de ti.
—¿Te das cuenta de que podemos ser felices aun teniendo un hijo? —cuestiono, demostrando que todo es posible de lograr si ella lo desea.
—¿Podemos olvidarnos de eso y disfrutar, por favor? —pregunta, lo que me hace fruncir el ceño, intentando entenderla.