Capítulo 47. Parte 2
Antonella:
Después de esa escena de telenovela con Ambra, lo único que necesito es azúcar… o un milagro. Sin bajarme del ring, me acerco a Diego y deposito un beso en sus labios. Aunque siempre es un placer besarlo, esta vez no es por gusto, sino por pura estrategia. La rivalidad con esa mujer me tiene los nervios de punta, y no hay mejor trofeo que verla fastidiada.
Su rostro se tensa, y yo me siento triunfante, sobre todo cuando Ambra se aleja contoneando esas caderas que parecen desafiarme. Sin embargo, el brillo de la victoria se apaga al notar las miradas de las enfermeras. No me miran con admiración, sino con juicio. Y aunque sé que no fui quien rompió ese matrimonio, no puedo evitar sentirme avergonzada.
Sin pensarlo demasiado, me dirijo a la cafetería a esperar noticias de mi niño, consciente de que me aburriré como una ostra.
«Otra duda existencial en mi vida: ¿las ostras se aburren? Supongo que sí, ahí encerradas en una concha… En fin».
Me siento en una mesa apartada, con un