El día amaneció con un cielo limpio, inusualmente tranquilo para todo lo que flotaba en el ambiente. La casa parecía respirar en un ritmo distinto, como si el propio espacio intuyera que aquel respiro sería efímero. Brooke se encontraba en el salón, acurrucada en uno de los sofás con una manta ligera sobre las piernas y un libro abierto que no leía. Su mente estaba lejos de esas páginas.
Era temprano, pero llevaba despierta desde hacía horas. No por insomnio, sino porque el pensamiento que ocupaba cada rincón de su ser no la dejaba descansar: el bebé. Su bebé. El hijo de Aleksei. Aún le costaba asimilarlo. La noche anterior apenas habían dormido; entre lágrimas, risas nerviosas y caricias compartidas, se habían dicho más cosas en unas pocas horas que en todas las semanas anteriores.
El crujido del suelo la hizo alzar la mirada. Aleksei apareció en el umbral, descalzo, con los pantalones bajos de chándal y una camiseta oscura que resaltaba el marcado contorno de sus brazos. Su cabello