La mañana era serena, pero el pecho de Aleksei ardía con una mezcla de nerviosismo y deseo apenas contenido. Llevaba un buen rato frente a la puerta de la casa de Brooke, con los nudillos casi entumecidos de tanto apretar y soltar el puño sin decidirse a llamar. Finalmente lo hizo. Unos segundos después, la puerta se abrió y apareció la madre de Brooke, con el rostro aún adormilado, pero una mirada atenta que lo escaneó de arriba abajo.
—¿Aleksei, verdad? —preguntó con una ceja alzada.
Él asintió con educación, intentando no parecer tan tenso como estaba.
—Buenos días, señora. ¿Está Brooke?
Ella lo observó durante un segundo más, midiendo cada palabra, cada gesto. Entonces se hizo a un lado.
—Está arriba. Puedes subir. Segunda puerta a la derecha.
—Gracias —respondió él con una inclinación leve de cabeza antes de subir las escaleras con pasos firmes pero silenciosos.
No tocó la puerta. Simplemente empujó el pomo y entró.
Y allí estaba ella.
Brooke, de espaldas, con una toalla blanca e