Secretos que pueden matar (3era. Parte)
El mismo día
Málaga
Ramiro
Un simple papel había cambiado las reglas del juego. Aún no lo sabía del todo, pero si el idiota de mi hermano se había quedado con dos de los diarios, aquello podía enterrarnos. Otra cosa era convencerlo de que me los entregara, aunque confiaba en su maldita ambición para hacerlo.
Lo tenía sujeto por el cuello de la camisa; mientras mi respiración se agitaba y la paciencia me resbalaba. A golpes no sacaría nada, eso ya lo sabía, así que apreté la mandíbula y negocié entre dientes, midiendo cada palabra. Andrés me miraba con esos ojos fríos; alargaba el silencio como si disfrutara verme perder el control. Finalmente habló.
—Primero suéltame, Ramiro. Después pienso en tu oferta por los diarios.
El puño me tembló un segundo antes de alzarlo.
—¡Déjate de pendejadas! —rugí, el sonido seco en la habitación—. No puedo esperar a que te dé la puta gana de pensar. Quiero una respuesta ahora o…
Andrés no se movió. Su voz quedó baja, casi fría.
—No te atrevas a golpear