Los pecados que respiran (2da. Parte)
El mismo día
Málaga
Iván
Imbécil, estúpido, idiota… todos esos adjetivos se quedaban cortos para describir mi insistencia con Camila. Debería haber reinado la sensatez, olvidarme de ella y concentrarme en mi venganza, pero no entendía cómo, entre sus ojos brillantes y esa mirada que me tenía hechizado, terminé siguiéndola a su oficina, casi rozando sus labios antes de que Andrés irrumpiera y cambiara el aire.
El tonto nos contemplaba con esa sonrisa socarrona que me crispaba los nervios, y pude ver el rostro de Camila, paralizado, tenso, respirando con dificultad. Entonces intervine, controlando la voz, intentando imponerme a la tensión:
—No interrumpes nada, Andrés —dije, midiendo cada palabra—. Hablaba con Camila sobre mis funciones, el personal que me colaborará. Es todo.
Andrés ladeó la cabeza, apoyando la mano en la mesa y sonriendo con suficiencia.
—Me dio la impresión de que discutían, pero no puedes esperar más después de imponernos tu presencia en la empresa.
—Hago valer mis