Los pecados que respiran (3era. Parte)
La misma noche
Málaga
Camila
Admitir algo antes de que te señalaran era como echarse la soga al cuello, entonces había que callar, observar y no dejar que el pánico te consumiera. Una frase tonta de mi primo Raúl, o tal vez un consejo práctico, pero yo nunca había sido de las que huían. Al contrario, me gustaba poner la cara a cualquier problema.
Sin embargo, en ese momento en que mi tío Andrés irrumpió en mi oficina, interrumpiendo lo que sucedía con Iván, entendí que lo sensato y fácil hubiera sido escapar. Nadie debía saber que había tenido una aventura con mi propio tío. El aire se volvió denso, la sangre me latía en los oídos y me sentí atrapada, con las manos frías y el estómago encogido.
En medio de toda esa tensión que me asfixiaba, algo más llamó mi atención: ¿qué hacía Andrés en mi oficina? ¿Era casualidad? ¿cordialidad disfrazada? ¿o acaso lo enviaba el imbécil de Ramiro? Ni siquiera tuve tiempo de ordenar mis pensamientos, porque Iván, con esa arrogancia suya, intervino de