Los pecados que respiran (1era. Parte)
Unos días después
Málaga
Ramiro
Confiar en otros nunca fue mi fuerte. La gente es voluble, débil, y tarde o temprano te apuñala por la espalda. Yo prefiero ocuparme de mis propios asuntos, moldear las cosas a mi manera, asegurarme de que mis planes se cumplan sin depender de nadie. Eso es poder.
Pero lo admito: la rabia me estaba nublando. Perder la presidencia a manos de mi sobrina ya era una humillación suficiente, y encima debía tolerar la sombra de un bastardo reclamando el apellido Del Valle. Era como si mi padre, incluso muerto, siguiera riéndose de mí.
Quizás, solo quizás, Andrés tenía un destello de lucidez en esa cabeza hueca. Tal vez servía para algo más que respirar.
Me acomode en el sillón de cuero, cruce las piernas y lo observe con un gesto frío, los dedos tamborileando en el apoyabrazos. Finalmente, deje que mi voz, seca y áspera, corte el aire:
—Te advierto, Andrés… no estoy de humor para escuchar estupideces. Habla y demuestra que todavía tienes un gramo de sesos.
Él