Entre dos fuegos (3era. Parte)
Málaga
Dos días después
Ramiro
Ni en mis peores pesadillas iba a ceder a las exigencias del bastardo de Iván; menos aún permitiría que discutiera lo que, por derecho, correspondía a mi familia. No estaba dispuesto a que viera un puto centavo. Lo tenía todo calculado; mi respuesta fue la correcta. Pero había intuido que nos saldría con alguna jugarreta: justo cuando lo había dado por muerto, el cabrón reapareció con ese papel de los tribunales. La furia me explotó por dentro. Por un momento quise arrancarle la cabeza allí mismo, pero el idiota de Andrés hizo su entrada y cambió el tablero.
No tardé en comprender la táctica: proponer al bastardo que nos ayudara con las minas era la trampa perfecta. Y el golpe final fue cuando mencionó a Mateo —entonces todo encajó—: provocar celos en Iván, que la relación se quebrara y, con suerte, que la sombra del bastardo desapareciera de una vez. Si hacía falta, yo terminaría de empujar.
—Mateo es muy eficiente cuando se propone algo; ayudará a Cami