El mismo día
Málaga
Camila
Siempre había creído que no existían las casualidades, menos que el destino estuviera escrito; más bien, pensaba que nosotros mismos forzábamos nuestra suerte. Pero en ese momento, con el corazón latiendo a mil por hora y la boca seca, me convencí de que el universo me había jugado la peor jugarreta: haberme acostado con Iván. Y allí estaba yo, en la sala de juntas, intentando aparentar aplomo, conteniendo las ganas de salir corriendo y respondiendo con calma al imbécil de Ramiro.
—Tío Ramiro, por supuesto que tengo miles de dudas sobre lo que acabas de decir —dije mientras clavaba la mirada en él—. Ni siquiera sabía que el abuelo tuviera otro hijo, pero vaya sorpresita nos dejó…
—Ni yo tampoco lo sabía —masculló Ramiro entre dientes—. Ahora Juliana nos informará sobre el testamento de mi padre y después haremos los ajustes correspondientes en la empresa.
Juliana comenzó a enumerar la repartición de propiedades, cuentas bancarias y acciones de las empresas. Cada palabra caía como un golpe seco en el ambiente cargado de tensión, hasta que habló de la presidencia de Holding Del Valle.
Y, por último, es mi deseo darle un nuevo enfoque a Holding Del Valle. Por ese motivo, la única persona que podría hacerlo realidad es mi querida nieta Camila. A ella le delego la presidencia y, de no cumplirse mi voluntad, mi abogada tiene la facultad de ejecutar las cláusulas que adjunto en este documento legalizado.
Ramiro se levantó de golpe.
—¡Madre, esto es una locura! Inaceptable. No puedes permitir que Camila dirija nuestro patrimonio —gritó, rojo de ira, mientras sus manos temblaban.
—Lo siento, Ramiro —respondió la abuela Beatriz con firmeza—. Pero si tu padre así lo quiso, así se hará.
—¡No está calificada! ¡Ni siquiera sabe nada de las empresas! —replicó rabioso, señalándome con el dedo índice tembloroso y estalle furiosa.
—Te equivocas, tío Ramiro —dije, con mi mirada clavada en él—. Cada dos semanas recibo informes en mi correo: Del Valle Capital, que controla las inversiones internacionales; Vallex Energy, denunciada por violaciones ambientales, donde no basta con un comunicado de DV Medios y Comunicaciones, porque suena a nepotismo y doble moralidad; BioDel, con avances en genética pero estancada en los estudios de trastornos del cáncer. Podría seguir hablándote de cada empresa del imperio familiar.
Hice una pausa, observando cómo sus facciones se tensaban.
—¿Aún crees que no puedo sentarme en la silla del abuelo? —añadí, mientras el silencio pesado de la sala presionaba sobre todos nosotros.
Era cierto que poco me importaba el legado familiar, pero el abuelo Eduardo, con sus cláusulas, me había puesto en el ojo del huracán. Me presionaba para sentarme en su silla, y encima no podía permitirme que mi tío Ramiro me pisotee; al contrario, es hora de demostrarle que podía hacerlo. Pero olvidé un detalle con rostro de galán… Iván.
El terco no sabía guardar las distancias. Más bien, me restregó en la cara nuestro pequeño encuentro como si eso cambiara algo. La realidad era mi tío, y nada iba a alterar eso, aunque me costará aceptarlo.
Tras un breve silencio, rompo la tensión con mi voz:
—Iván, ¿aún no caes en cuenta de que te estoy tratando como lo que eres? Mi tío, el hijo de mi abuelo Eduardo…
—Pero te sigues acordando de la noche que pasamos juntos… —dice él, bajando la voz, con una sonrisa irónica—. Recuerdo tus gemidos, tus uñas en mi espalda, el temblor cuando llegaste al orgasmo.
Mi mandíbula se tensa, y mis ojos lo fulminan:
—¡Sé maduro, por favor! Y ahora no me quites el tiempo con tu arrebato. Permiso —digo, empujando suavemente su brazo mientras me alejo hacia mi oficina.
—Camila, espera, necesito hablar… de la empresa —me sigue, su voz es baja, persuasiva, pero yo lo ignoro y abro la puerta de mi despacho.
—Te dije que me dejes en paz. ¿En qué idioma te lo repito? —me giro, intentando mantener la firmeza.
Avanza un paso y me sujeta el brazo con delicadeza, su aliento golpeando mi rostro, haciéndome temblar y acelerando mi corazón:
—¿Por qué sigues negando lo que sucedió entre nosotros? —se inclina lo suficiente para rozar mis labios, y un escalofrío recorre mi espalda.
Siento que estoy a punto de claudicar, que su cercanía me domina, pero no puedo ser tan débil. No voy a jugar su juego. Justo entonces, se abre de golpe la puerta y, por reflejo, lo empujo. Antes de que pueda decir algo, la voz de mi tío Andrés corta el aire:
—¿Interrumpo algo? —pregunta, apoyado en el marco de la puerta, con aire curioso y un brillo de diversión en los ojos. Me deja en jaque. ¿Acaso ha alcanzado a ver algo?