El sol se alzaba lentamente, bañando con su luz dorada los pasillos del castillo y dando vida a los antiguos frescos que decoraban las paredes. El aire fresco de la mañana entraba por las ventanas abiertas, trayendo consigo la promesa de un día lleno de decisiones que cambiarían el destino de todos. Isabella y Alejandro se encontraban en sus habitaciones, listos para comenzar con las primeras reuniones que determinarían el futuro inmediato del reino. Aunque el caos se cernía sobre ellos, había algo inquebrantable en su unión. Ya no podían permitir que el reino cayera en las manos equivocadas.
El primer paso era reunir a sus aliados más cercanos, aquellos en quienes confiaban plenamente. Sin embargo, había una dificultad: el reino estaba dividido. Los nobles, siempre dispuestos a hacer alianzas según su propio beneficio, no compartían una lealtad uniforme. Y la llegada de rumores de traición solo dificultaba más las cosas. ¿A quién podían confiarle el futuro de su tierra? ¿A quién podí