Mientras Isabella y Alejandro miraban al horizonte desde las terrazas del castillo al final de aquel día tan intenso, el peso de lo sucedido aún se sentía en el aire. El sol se estaba poniendo, tiñendo el cielo de tonos rojos y dorados, una imagen que contrastaba con la tensión que dominaba el ambiente. El concilio había sido un éxito en algunos aspectos, pero también les había mostrado lo grande que era la distancia entre las palabras y la acción. Sabían que las reformas no serían fáciles de implementar, y el trabajo apenas comenzaba.
-La gente habló -dijo Alejandro, su voz pensativa-. Pero lo que más me sorprendió no fueron las críticas, sino las ideas que surgieron. Están hambrientos de un cambio real. Y no será rápido, lo sé. Pero, ¿y si no podemos cumplir con todas sus expectativas?
Isabella lo miró fijamente. La sinceridad en sus palabras la tocó profundamente. De hecho, sabía que las promesas de cambios radicales podrían desbordarse fácilmente si no se gestionaban con delicadez