El sol se alzaba pálido sobre el bosque de los Alisos cuando Alejandro reunió a sus hombres. Había demasiadas incógnitas en el aire y demasiados peligros acechando en las sombras. No podían quedarse en ese refugio por mucho tiempo.
-Debemos movernos antes de que Livia ataque -declaró Alejandro con firmeza-. Si no podemos enfrentarlos en combate directo, encontraremos otra manera de debilitarlos.
Los soldados asintieron, aunque el cansancio aún se reflejaba en sus rostros. Luchar durante semanas los había desgastado, y la incertidumbre sobre lo que vendría después pesaba sobre ellos.
Isabella, de pie junto a Alejandro, irguió la espalda y levantó la voz con la misma determinación de su amado.
-No podemos darnos por vencidos. Sabemos que Livia no nos dará tregua, pero tenemos aliados que aún pueden ayudarnos.
Alejandro cruzó los brazos y fijó la mirada en ella.
-¿Aliados?
-Los clanes del este -respondió Isabella con seguridad-. Mi padre negoció con ellos hace años. Si les ofrecemos algo