El silencio que siguió a la batalla fue ensordecedor. Alejandro mantenía a Isabella entre sus brazos, sintiendo cómo su cuerpo temblaba aún por la adrenalina y el miedo. Habían ganado, pero el costo había sido alto. A su alrededor, los cuerpos de soldados caídos cubrían el suelo, y el aire estaba impregnado con el olor del fuego y la sangre.
-Tenemos que irnos de aquí -murmuró él, separándose solo lo suficiente para buscar su mirada.
Los ojos de Isabella estaban empañados de lágrimas, pero asintió con determinación.
Los hombres de Alejandro comenzaron a reagruparse. A pesar de la victoria, todos estaban agotados y heridos. No podían permanecer en el territorio de Livia por mucho tiempo. Había aliados y enemigos aún al acecho, y la seguridad de Isabella era lo más importante.
-Reúnan a los heridos, necesitamos movernos ya -ordenó Alejandro.
Un soldado se acercó, con el rostro cubierto de hollín y polvo.
-Mi señor, el camino hacia el sur es el más despejado. Pero si queremos evitar más