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La conciencia de Isabella regresó en ráfagas de dolor y confusión. Sus párpados eran pesados, y la cabeza le latía con una intensidad insoportable. El aire a su alrededor era denso, cargado con el aroma metálico de la sangre y el humo de la batalla. Trató de moverse, pero sus muñecas estaban atadas con una cuerda gruesa y áspera que se hundía en su piel.

Se obligó a abrir los ojos. Estaba en una celda fría y oscura, con paredes de piedra cubiertas de humedad. Apenas un par de antorchas iluminaban el corredor exterior, proyectando sombras inquietantes en el suelo de tierra.

El pánico intentó apoderarse de ella, pero lo sofocó con un profundo respiro. Se forzó a recordar lo último que había visto antes de desmayarse: la silueta de Alejandro luchando, la explosión, el caos...

-Alejandro... -murmuró con voz ronca.

Su corazón se encogió ante la posibilidad de que algo le hubiera ocurrido. Intentó liberarse de las ataduras, retorciendo sus muñecas, pero la cuerda estaba demasiado ajustada.

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