A medida que el sol comenzaba a descender por el horizonte, tiñendo el cielo con matices cálidos de naranja y rojo, los dos soldados se encontraban en medio del caos recién conquistado. El corazón de Isabella latía fuertemente en su pecho, impulsado tanto por la adrenalina de la batalla como por el dolor punzante que aún le recorría el cuerpo. La flecha en su costado no era una herida pequeña, pero, a pesar de la presión de la pérdida de sangre, su mente seguía enfocada en lo que aún quedaba por hacer.
Alejandro, de pie a su lado, la miraba con una intensidad que no era solo preocupación, sino también una mezcla de admiración y amor. Habían luchado juntos durante horas, enfrentando peligros, sobrepasando obstáculos, y ahora, por fin, la victoria estaba al alcance de la mano. Sin embargo, en la mente de ambos, un pensamiento era claro: aunque la batalla externa había terminado, la guerra interna seguía. Aquel amor que compartían, prohibido, mal visto, podría traer consecuencias mucho m