Esteban Ríos regresó al auto negro con vidrios polarizados que tenía estacionado a dos cuadras. Tomó su teléfono celular y envió las novedades a su jefe Rodrigo Villalba, quien esperaba ansioso resultados. Sabía que había activado a su mejor pieza. Y cada paso que daba acercaba a Elena al borde del abismo. El plan apenas comenzaba. Haría hasta lo imposible por evitar caer, pero en caso de que su caída fuera algo inevitable, se llevaría a quién fuera con él. Y la enfermera de su esposa se le había metido entre ceja y ceja. No era una pieza que él manejara en su tablero, no tenía control sobre ella. Y el patriarca de la familia Villalba, estaba acostumbrado a mover las piezas a su antojo.
“Jefe ya ubique a la amiga de la enfermera. Clara. Es la llave. Es la que me va a llevar hasta la hermana menor. Solo hay que observar. Además ya cloné su teléfono celular”.
Rodrigo sonrió. Oscuro. Cínico.
—Vamos a ver cuánto aguanta Elena Duarte cuando toquemos lo que más le duele.
El sabueso de Villa